Dios se Salió de la Línea

Entrando en el ocaso de mis días me permito una reflexión, que muy lejos de alborotar mi alegría me llena de una silente nostalgia, por lo difícil que será decirle adiós. Nadie sabe el gigante desafío que fue vivir mi vida antes de conocerla, pero después de seguir su delicado rastro de algodón todo cambió; entonces pude refugiarme en sus aromas, celebrar sus colores, resbalarme en su falda impregnada de tibia miel, ya no me alcanza la memoria para contar la cantidad de veces que descansé en su maravillosa textura y en la que muchas veces se perdió mi piel. Cuando todos me desterraron ella se quedó sembrada junto a mí, siempre tan hermosa, tan inmensa que sólo con ella era posible tocar las estrellas. ¿Será por eso que cuando la vi aquella tarde supe que nosotros, al igual que el arte, estamos cerca del cielo?

Ella calzó en mi talla de gigante y me permitió mirarla a los ojos sin que sintiera vergüenza, fue la única que me hizo agradecerle a Dios por pensar en mí, aquel día que decidió salirse de la línea, quizás porque necesitaba con la misma urgencia que yo, que alguien la acompañara aunque fuera en silencio.
Desde que la gente nace sueña con la idea de ser grande, pero a mí nunca me pasó eso, tal vez porque me hubiese sentido mejor si sólo hubiera tenido un poquito de esto o un poquito de lo otro, pero yo no tuve esa suerte, por el contrario siempre fui un ser desbordante, desmedido y esa fue mi mayor desgracia, pero también fue lo que me acercó a ella, ahora que lo pienso hasta en eso nos parecemos, porque nunca tuvimos que preocuparnos por ser lo que ya éramos: células, átomos, vidas condenadas a la inmensidad, desterrados a la más infinita soledad, debido al vértigo que suelen dar las desproporciones.

Siempre supe que las personas no están preparadas para las cosas extraordinarias, aunque se pasen la vida entera anhelando grandeza, prefieren vivir dentro de la comodidad que ofrecen las pequeñas ideas, los pequeños triunfos, las pequeñas verdades e inclusive los pequeños amores, confieso que siempre quise vivir como ellos y quizás tengo en mi memoria el lejano recuerdo de la única vez en mi vida que tuve la increíble sensación de sentirme pequeño; fue la primera vez que la vi, desde ese momento supe que ella era mi destino.

La vida nuevamente me pone en una terrible encrucijada, porque tengo que pensar en la manera en cómo le voy a decir algo que será muy difícil para los dos y mi cabeza es tan grande, dispone de tanto espacio que las palabras se pierden y les resultan tan difícil encontrase, sólo pido que por una vez no se dispersen, las necesito juntas, para formar la oración más triste de mi vida, con la que voy a decirle adiós.

Después de pasar toda la noche intentando atrapar las palabras en mi cabeza, al final fue más fácil y mucho más conveniente hablarte con el corazón, así que no pude postergarlo más, me llené de valor y salí a buscarla pero todavía era muy temprano, andaba allí toda cubierta y sin ninguna intención de querer saludarme, entonces me fui a mi cuarto, mi rincón sagrado en el que sólo tengo una cama, una silla y una pintura que contiene su infinita silueta, no me había dado cuenta pero a simple vista ese cuarto podría ser el cuarto de Van Gogh, otro condenado a ser grande, y al igual que yo sólo contó con un espacio despojado de cosas, una habitación vacía en la que no cabía nada más, quizás porque el resto del espacio lo ocupaban la magnitud y la soledad.

Nunca entenderé a Dios, pero es mejor que termine de hacer las paces con él porque hace una semana lo escuché decir que en pocos días me voy con él, eso no sería ni malo, por primera vez en mi vida dejaría de crecer, después de sesenta años finalmente dejaría de crecer… Había esperado tanto ese momento, que mi corazón empezó a sentir algo extraordinario: alivio. Cuánto me hubiera gustado tener suficiente tiempo para preparar mi partida, pero no fue así, había llegado la hora, entonces resignado corrí hacia mi entrañable y amadísima montaña que inocente de lo que le esperaba, estaba como siempre esperándome, abriéndome su espléndido regazo templado por el sol, la miré y de mi rostro se escapó una gigantesca sonrisa, traté de explicarle pero fue inútil, no pude decirle adiós. Entonces, sin premeditarlo le pedí que viniera conmigo. En ese momento entendí que lo único que la movería sería un enorme acto de fe, con mi último aliento me entregué y lo siguiente fue maravilloso, empecé a hundirme y a hundirme en sus brazos mientras ella se estremecía con fuerza y no me pude contener, empecé a llorar de alegría, porque si me iba con ella a mi lado, el paraíso ya había llegado.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita