Mágica Celada

Tres años, veintiún días, ocho horas, quince minutos, diez segundos y este despecho no se me quita y yo que pensaba que hasta la idiotez tenía un límite, pero no, que va, por la experiencia vivida ahora sé que puede ser infinita; si sigo así se me va ir la vida entera deseándolo, extrañándolo, llorándolo, para resumir; trepándome a las paredes por un señor que me compró el vestido de novia y se casó con otra, y para poner la guinda sobre la crema del helado, sin renuncia, ni preaviso.

No sé de dónde saca la gente la idea de que el infierno es caliente, cuán equivocada está, el infierno es gélido como esta rabia que se ha ido macerando con los años y me sofoca, si no fuera así yo no estaría congelada, paralizada, quemándome en este presente continuo, por este abandono, que en lo que me descuide le celebro otro aniversario.

Ayer antes de verle la cara al sol, salí en mi carro rumbo a Yaracuy, un lugar reservado para los misterios que se ocultan unas veces en la magia y otras en la religión. Allí se encuentra una montaña mítica llamada Sorte, recinto de María Lionza, una Diosa que encarna el misterio universal de la feminidad y el amor; cuenta la leyenda que fue la madre de la raza mestiza, aborigen con español, y su corazón fue tan inspirador que logró la unión y el romance entre estos dos mundos. Si María Lionza pudo con una tarea tan difícil, sin duda también podrá ayudarme con esta desesperación que lleva rato gruñéndome, mordiéndome como un perro enfurecido y ciego.

Llegué a la montaña a media mañana y después de abrirme paso entre invocaciones, velas rojas, incienso, cientos de ofrendas y hacer un gran esfuerzo para no dejarme invadir por otros pesares, encontré a Luisa, la chamana. En lo que ella me vio, emitió un sonido onomatopéyico, que parecía venir de un animal escondido en la boca de su estómago, me agarró la cara como asegurándose de no perder ningún detalle y me dijo:

¡Hummmm, lo que tú tienes muchacha es mal de amores!

Me invitó a sentarme en lo que quedaba de una silla, se persignó, se echó un trago directo de una botella que parecía contener agua ardiente y sin más demoras encendió el tabaco, con mucho nervio en los dedos lo giró varias veces, me miró a los ojos y me soltó esta perla:

-Pero si este hombre etá amarrao mija, y bien amarrao, sabe

-Pues desamárrelo que para eso he venido

Se levantó de la silla meneando la cabeza como si le disgustara lo que le acababa de pedir, sacó una botella de vidrio, que contenía un líquido transparente, la puso sobre la mesa respirando como un toro, en una clara señal de impaciencia y me preguntó

-¿Qué es lo que tú quieres?

En ese momento todos los pensamientos me atropellaron y la selva en la que estaba metida se hizo más húmeda, el aire se puso espeso, apenas respirable, y como un torbellino sentí la sangre caliente, como una marea roja, latiéndome en todo el cuerpo y cuando quise hablar, las palabras se me atragantaron en la garganta de un manera tan extraña, que no puede emitir un solo sonido, entonces como si fuera algo tóxico pensé: ¿Cómo decirle a esta mujer que lo que yo quiero de verdad, es que él se pierda en la misma locura que yo siento por él, que me tenga ganas, quiero que se vuelva loco, que se enferme de mí? ¿Cómo pedirle que me haga ese conjuro? Después de un rato entendí que no tenía que decirle nada, porque la chamana ya había escuchado todo lo que había en mi corazón.

De regreso a Caracas llevé la botella con el embrujo muy bien cuidada, la mantuve a la vista todo el camino, no fuera a ser que se me derramara y me trajera desastrosas consecuencias, tal y como me lo había advertido la chamana antes de despedirnos:

-Usa muy poca cantidad que es bien maluco p´los hombres y no me vaya a culpá de lo que le pase.

Llegué a la casa temprano, estacioné el carro y no me aguanté, abrí la botella, buscando algún aroma que me diera alguna pista, sobre cómo atacan los demonios de aquél líquido transparentoso, pero fue inútil, para mí era como el agua; no tenía color, ni olor y lo dejé hasta ahí porque no estaba dispuesta a probar lo que contenía la botella. Me sequé los dedos que me había mojado en la tapicería del carro y empecé a pensar con la lógica, prueba de que la magia se había esfumado, y en ese momento me pesó el dineral que le había pagado a la tal chamana, estaba claro que me había robado, bien hecho, me dije, lo merecía por necia. No había terminado de entrar en el ascensor cuando un vecino de unos treinta años, bastante soso por cierto, tuvo el amable gesto de sostenerme la puerta mientras yo entraba, entonces frente a mis ojos, se transformó en una fiera; en menos de un segundo aquél hombre que siempre me había puesto al borde de un bostezo, me lanzó una mirada tan electrizante, que me faltó el aliento. El pobre hizo de todo para aguantarse y no tocarme, me habló con una voz tan aterciopelada que casi morí y resucité cuando se me acercó y me sopló el cuello, después el cabello y por último la cara, con tal sensualidad que me hizo creer que estaba en el cielo, entonces sentí una corriente de adrenalina que me recorrió todo el cuerpo y con la emoción en la piel grité: Jackpot,
Había sido testigo del gran poder que yo ejercía con el contenido de esa botella; por fin podía andar por la vida con el ticket ganador, el hechizo había funcionado.
Creo que si fuera menos terca usaría todo ese poder para un proyecto mucho más ambicioso como ser presidente, controlar fortunas, manejar voluntades, hasta empezar una nueva religión o construir un ejército, pero lo único que quería era el corazón de Carlos.

Desde el momento en que me presenté en su oficina hasta hoy, una semana y media después, lo he tenido como siempre lo había soñado; vive para mí, respira por mí, delira por mí, en dos platos está loco por mí, hasta me dijo que había hablado con su ex, no podía creerlo, hasta la llama ”ex”, y lo mejor de todo es que me susurró al oído que pasaría por su antigua casa para recoger sus cosas.
La verdad es que apenas me reconozco; estoy más pícara que nunca, más potente, más jugosa, por fin me siento reconocida, valorada, me miro en el espejo y veo a una mujer con el poder de ser feliz.
Estaba tan embriagaba en mi propia victoria que lo dejé tomando un baño y salí de la casa a trabajar, cosa que no hacía desde que empezó todo este lío y en el camino me di cuenta de que se me había olvidado esconder la botella que contenía la mágica celada, me devolví saltándome semáforos, yendo en contra flecha y pisando el acelerador para ir más rápido, mientras le pedía a todos mis Santos, que nada de lo que tanto temía estuviera pasando.

Carlos ya había salido de la casa y estaba esperando el ascensor cuando se cruzó con el conserje que se volvió tan loco, que ni siquiera esperó a que se cerraran las puertas del ascensor para saltarle encima a Carlos, que se defendió como un gato de la pasión desenfrenada de ese señor, que insistía en morderlo, tocarlo, besarlo; hasta que se le zafó y salió del edificio gritándole, amenazándolo mientras se acomodaba el traje y se sacaba el asco a punta de groserías.
Más tarde le pasó lo mismo en el tráfico con un motorizado, que trataba por todos los medios de robarlo, pero no lo usual, sino un beso y gracias al muy oportuno cambio de luz del semáforo, se salvó de que ese hombre se le metiera en el carro por la ventana. Sin entender mucho lo que le estaba pasando, Carlos se paró en la panadería cerca de su casa, pues con el mal rato que pasó, lo único que le provocaba era tomarse un café y organizar sus ideas para hablar con su ”ex”, y allí mismo lo sorprendieron dos varones bien puestos, cercándolo e insinuándole las ganas que le tenían. Uno de ellos le lamió la cara, mientras que el otro le agarró el trasero, las mujeres que estaban en la panadería salieron gritando del lugar, tal era la indignación y la rabia de Carlos que apartó a uno con una patada y al otro lo sorprendió con un derechazo tan fuerte que lo dejó tirado sobre una de las mesas, Carlos salió del lugar completamente desencajado e intentó llegar hasta su carro, pero se sintió tan nauseabundo que le fue imposible controlar las arqueadas.

Cuando llegué encontré la casa vacía, corrí al baño y la saliva se me empezó a poner espesa cuando vi que en la botella no quedaba nada, ni una gota, en ese momento supe que estaba acabada; sin duda él tuvo que confundir lo que había en la botella, con una loción para después de afeitar. Empecé a respirar hondo tratando de calmarme, cuando me interrumpió el ring del celular, era él lo atendí aterrada y para mi sorpresa me habló normal, cariñoso, como si no estuviera pasado nada. Me dijo que ya estaba llegando a la casa que por favor lo esperara, así lo hice, y en lo que le abrí la puerta lo vi completamente destruido, con la ropa desgarrada, la cara arañada, el labio roto y lo más terrible de todo fue que estaba hecho una fiera, buscaba sangre y sin duda quería la mía. Me habló con los dientes tan apretados que apenas pude entender algo de unos hombres que se le fueron encima, ciegos por la pasión que él les había desatado, fue hasta el baño buscó la botella y en lo que la encontró me la tiró encima y me dijo:

-Nunca pensé que fueras tan patética

Esa fue la última vez que lo vi, pero la vida no se detuvo, por el contrario siguieron los meses, los días, los minutos y los segundos de esta historia envejecida, de esta locura llamada pasión, que se niega a morir.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita