UN LAPSUS GRILLUS



Hazte a tu nada

plena.

Déjala florecer.

Acostúmbrate

Al ayuno que eres.

Que tu cuerpo se la aprenda

Hanni Ossott


Había salido de casa justo en el momento en que las horas se arrastran, cuando todos vienen de regreso de sus particulares batallas, y uno puede fundirse en los zumbidos de una ciudad mucho más vital y efervescente. Quería contemplarla a través de sus palabras, robarme su musicalidad, gozar de aquél escándalo que poco a poco va matando el silencio, incluso el que se esconde en lo más adentro, pero todo fue inútil, sólo pude escuchar grillos, por alguna extraña razón las calles se habían vaciado de verbo, rimas, aullidos y gemidos, carecían de todo excepto de grillos, sólo se escuchaban grillos, grillos en todas partes y ya no sabía qué hacer para deshacerme de esos bichos perversos, que a pesar de mi rosario de ruegos se negaban a dejar de frotar sus patas.

Sabía que esa era la razón por la que se me hacía imposible hilar algún pensamiento, concebir una simple idea, o imaginar cualquier cosa distinta a un grillo, los criquets se habían instalado con tal intensidad, que me impedían escuchar hasta mi propia voz; como si el propio Ares me los hubiese mandado para invadir mi templo, y privarme de esa presencia magnífica e inquietante con la que solía enfrentarme al papel, que a ratos parecía dormitar aburrido junto al calor de la cocina y ya empezaba a cambiar los suspiros por bostezos.

Intenté reprimir la frustración que deja en el cuerpo la impecabilidad de una hoja en blanco, pero todo fue inútil, cada vez que intentaba escribir algo, lo único que podía conjurar era aquél terrible ruido verde, que apagaba cualquier intención de palabra. No recuerdo en qué punto del camino había dejado de ser un insecto, para convertirse en una enfermedad terrible, de esas que poco a poco lo terminan acabando a uno.

Regresé dos horas después, aunque en circunstancias normales no hubiese tardado más de veinte minutos, pero me resultaba casi imposible transitar por la calle con esa tormenta de grillos cayéndome encima. Parecía que toda mi vida pendía de un hilo sostenido al implacable cricket. Llegué agotado y me sorprendió encontrar la puerta de la casa entreabierta, comandado por la prudencia apenas la empujé con el pie y en lo que me asomé vi algo insólito en la mesa del tablón de la cocina, era un poema. Estaba allí, parado frente a mí, derramando sus fragancias en el aire, mientras yo lo tanteaba intentando agarrarlo con las manos, como si pudiera sostenerme. No sé cuándo me envolvió su misterio, su vaguedad, ni el momento preciso en que me acerqué a su rareza, a lo inexpresable de su inmensidad, pero en ese instante todo fue milagro, y sin darme cuenta empezó la fiesta, entonces dejé de ser yo, fui otro, fui todos y a la vez ninguno. De pronto el silencio abrió su diálogo y ya no había grillos, sólo una lluvia de noches y estrellas.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita