El Espejo de una Niña Triste…


Cuidado con los espejos,
no siempre dicen la verdad…


Cabalga sobre mí el deseo intenso de ser conquistada, no por un hombre sino por un continente. Había llegado a ese punto radical de la vida en que es todo o nada, y sin ninguna advertencia entré en esa espiral devastadora, provocada por la fuerza centrífuga que se rebeló contra mí, para despojarme de todo lo que había amado; primero fue el trabajo, después vino la muerte de mi padre y por último, como una estocada final, justo cuando había bajado la guardia segura de que ya no podía perder más nada, me arrebató lo único que me reconciliaba con la alegría de vivir, el amor de Miguel.

Me costaba admitirlo pero en mi vida se habían instalado los puntos suspensivos. Ya no me quedaban muchas opciones, por lo que decidí buscar otros horizontes en un nuevo país, en el que pudiera probar un poco de suerte y otro tanto de aventura, así escogí mi nuevo destino: Costa Rica, un lugar donde la gente sabe que la risa es el camino definitivo para llegar a Dios y fieles a esta inspiración contestan a cualquier saludo con un sabroso ”pura vida”, justo lo que yo necesitaba en ese momento.

Finalmente llegó el día y a pesar de todas las ilusiones con las que había tejido esta nueva vivencia que se abría para mí, no puedo describir lo difícil que se me hizo decir adiós. Se necesita mucho coraje para cerrar un capítulo incompleto en tu vida y lo que es peor aceptar la derrota con elegancia. Miguel me llevó al aeropuerto, se despidió de mí con un dulce hasta pronto, y al sentirlo de nuevo tan cerca mi corazón volvió a encender la chispa, creando la ilusión de que con esas dos palabras él había dejado una puerta abierta, pero mi razón no se prestó a trampas ni a confusiones y entendió lo que había que entender; que sólo significaba la cortesía de un buen hombre, que finalmente se sentía liberado para escoger otro camino, aunque eso me partiera el alma.


Costa Rica me sonrío desde el momento en que llegué. La primera impresión que tuve fue haber viajado atrás en el tiempo, pues esta gente se dedica a conservar muy celosamente sus tradiciones y como si fuera parte de su alma veneran la tierra en la que cultivan una de las mejores semillas de café del mundo, brindándole al que pase por allí, un espectáculo que despierta todos los sentidos.

Habían pasado apenas unos quince días cuando conseguí trabajo en la industria farmacéutica, buscando plantas con propiedades medicinales, eso me animó a comprar una casa exquisita, que encontré en un acogedor lugar llamado Heredia. El terreno tenía aproximadamente mil metros, rodeado de plantas exóticas que brindaban un torbellino de fragancias violetas, rojas, naranjas y otras extrañísimas tonalidades, que aunque no aparecen en el arco iris me resultaban preciosas. Era la casa perfecta para un nuevo comienzo, y no tardé en descubrir que su mayor tesoro estaba guardado en la habitación principal, donde se escondía un espectacular espejo de bronce labrado en la época del clasicismo que probablemente llegó hasta allí por la terquedad de algún pirata, y aunque no estaba muy segura de la veracidad de esta historia me encantaba darla por hecha, de lo que nunca tuve ninguna duda fue de la absoluta exquisitez que ofrecía esta magnífica pieza.

Otra cosa insólita de la casa fue su precio, resultó ser una ganga para algo tan bello, y ni hablar de su ubicación, estaba arriba coronando la montaña y sólo le llegabas por un serpenteante camino de tierra, que siempre tenía una densa neblina cubriéndolo, lo que hacía todo más extremo y sin duda mucho más divertido

No habían pasado tres meses de mi llegada cuando empecé a incluir en mi saludo un muy sonoro y generoso ”pura vida”, ese espléndido escenario me conectó de inmediato con esa sabiduría que viene de abajo, de la madre tierra y gracias a eso entendí que la única cosa que nos puede mantener enteros es reconciliarnos con el entrañable silencio que sabe darnos el perdón.

Seguía decantando el amor de Miguel, pero de una manera distinta, sin esa odiosa tensión con la que había expuesto esa relación, hasta sentenciarla a muerte. En la distancia empecé a saborear la libertad que sabe dar el desapego y desde entonces no puedo dejar de preguntarme: ¿por qué la sabiduría es tan impuntual?

Después de estar una semana metida de cabeza en el laboratorio natural, como empezaba a llamar a mi selva, llegué a casa tan renovada que me animé a servirme una copa de un bellísimo Carmeniere, fui a mi cuarto en el que disponía de todo un universo, aunque sólo había una cama, una mesita donde estaba el televisor, todos mis libros, un porta retrato con una foto que me había tomado Miguel en uno de nuestros exóticos viajes y a un lado, con todo el protagonismo que merece una obra de arte, el espectacular espejo que heredé cuando compré la casa.

Tomé el teléfono y movida por un impulso marqué el número de Miguel, para mi total sorpresa estuvimos hablando ´por casi dos horas. Él estaba encantado y me decía con mucha insistencia que hasta mi voz sonaba diferente, mientras gozaba escuchando algunas de mis anécdotas, en especial aquella tan insólita de cómo me las arreglaba para llegar a los sitios en un país, donde las calles no tienen nombre, las avenidas tampoco y la gente se negaba a usar algo tan útil como las direcciones.

Había entrado en completa sintonía con Miguel, todo era perfecto hasta que de pronto vi algo tan extraño que me hizo brincar de la cama, una imagen se movió en el espejo pero no fuera sino dentro del espejo, definitivamente no se trataba de mi reflejo; esa copia invertida del original que sin producirme la menor inquietud me ha identificado siempre, sino de algo muy distinto y absolutamente desconcertante.
Caminé rápidamente de un extremo al otro de la habitación buscando todos los ángulos posibles, pero no pude distinguir nada, temblando encendí todas las luces, y en ese momento fue muy difícil darle crédito a lo que estaba pasando; una niña acababa de atravesar de lado a lado el espejo, tenía la certeza de que no se trataba del duplicado de alguien que había dejado su figura para que el espejo la reprodujera milimétricamente, sino de un ser que literalmente estaba atrapado dentro de aquél misterioso espejo, que ya empezaba a crisparme los nervios.

Mi primer impulso fue cuestionarme a mí misma, dudaba de lo que acababa de ver, en un increíble esfuerzo por suavizar las cosas me justificaba pensando que a lo mejor lo había imaginado, y rogaba porque así fuera, pues no había una explicación lógica para lo que estaba pasando, me despedí rápidamente de Miguel después de jurarle que íbamos a estar en contacto, y con el corazón en la boca me dediqué a registrar todo el cuarto, busqué y busqué por todas partes, hasta detrás de las cortinas y no conforme con eso, me paré en diferentes lados tratando de repetir la experiencia, pero todos mis esfuerzos fueron inútiles, no había manera de que el espejo captara ninguna imagen desde el lugar donde lo había ubicado.

Me senté en la cama, tomé el último sorbo de vino y le atribuí toda esa enervante experiencia que casi rayaba en locura, al fuerte cansancio que tenía después de pasar una semana caminando días enteros por la selva, bajo sol y lluvia, Tomé un largo aliento y después de llenar mis pulmones de aire, le imploré a Dios con todo mi corazón que así fuera, finalmente me venció el cansancio y me quedé dormida.

Amaneció más rápido de lo que hubiera querido, pero el día llegó lleno de transparencias, por alguna razón las cosas en la noche tienen más peso, se sienten más intensas, bajo el brillo de ese sol maravilloso ya ni siquiera me importaba lo que había sucedido con aquél episodio del espejo, lo único que me alegraba el corazón era Miguel, con quien a partir de esa deliciosa llamada hablaba casi a diario, lo había invitado a venir a visitarme y él estaba feliz con la idea de volverme a ver.

Siguiendo el manual de la perfecta seductora quería sorprender a Miguel, estaba ansiosa por transformar mi nido en un santuario y me enfoqué en trabajar en el prometedor jardín y sin darle más demora ese mismo día empecé a sembrar la grama, cinco horas después, ya casi al final de la tarde me entró una urgencia por premiarme con la hermosa panorámica que con tanta pretensión exhibía el lugar, me fui a la terraza para ver cómo había quedado la tersa grama en mi pedacito de Edén, y de pronto me sorprendió algo verdaderamente insólito, el jardín se estaba moviendo como si se tratara de un entorno marino, de la nada comenzaron aparecer olas verdes, marrones y amarillas levantándose suavemente sobre la superficie irregular del terreno, y ante este increíble espectáculo no pude sino dejarme llevar por mi asombro, mientras me preguntaba qué estaría provocando ese extravagante efecto acuoso, bajé corriendo por la ladera y sin darle crédito a lo que estaba viendo, me di cuenta de que se trataba de un ejército de bachacos que cargaban sobre sus espaldas las hojas de aquella fabulosa grama que un par de horas atrás había sembrado, empecé a fumigar y en ese momento supe que en Costa Rica todo muerde, por suerte llegué a tiempo para salvar aquella impecable y muy costosa manta verde que con tanta belleza arropaba a mi jardín.

Quedé tan exhausta después de la ardua tarea, que me consentí con un largo baño y caí en la cama como un plomo, cerré los ojos y me relajé, de pronto tuve una extrañísima sensación, como si alguien me estuviera mirando, instintivamente volteé hacia el espejo y allí estaba ella; la misma niña que había visto antes, pero ahora frente a mí, ya no tenía dudas, no se trataba de un espejismo causado por el fuerte cansancio, el inclemente sol, la indomable selva o la devastadora lluvia; era ella impactando todo mi interior con una mirada profundamente triste y desoladora. No podía entender cómo un ser tan pequeño podía albergar tanta tristeza, y en lo que nuestras miradas se encontraron alzó sus bracitos como pidiéndome que la sacara, yo me levanté de la cama de un salto y corrí hacia el espejo, pero la visión se esfumó con la misma rapidez con la que había aparecido. En ese momento me atrapó la más profunda y desoladora tristeza que esa súbita presencia había dejado en el aire y sin poder contenerme rompí a llorar.


Esa mañana amanecí primero que el sol y me quedé un buen rato sentada frente al espejo, llamándola, esperándola, sin tener la menor sospecha de la trampa que me tenía reservado el destino, pero mi dulce niña nunca apareció.
Me vestí y fui a la panadería que tenía más cerca, me senté en una de las mesitas, ordené un café y le pregunté a cuanto vecino vino a saludarme sobre la historia de la casa, nadie sabía nada, la mayoría me dijo que esa casa tenía años vacía, al parecer los antiguos dueños ni siquiera la pudieron disfrutar y nadie supo la razón por la que tuvieron que irse al poco tiempo de haberla construido, entonces fui más directa y les pregunté si sabían algo de un espejo antiguo, y muy animada en conseguir alguna respuesta especulaba sobre las diferentes razones que pudieron haber tenido para dejar en la casa una pieza de tanto valor, nadie sabía nada del espejo, entonces le di la vuelta al asunto y volví a preguntarles si los antiguos dueños habían tenido una hermosa niña y no me supieron decir, la verdad es que no quise insistir más, porque no quería que pensaran que la nueva vecina, a la que le habían dedicado tantas atenciones, estaba sufriendo de algún ataque de paranoia

Atraída como un imán por aquel misterioso espejo, regresé más rápido de lo que había pensado y fui derechito a mi cuarto, allí estaba la niña esperándome y me senté frente a ella con una tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo, quería acompañarla, contemplarla; todo en ella era hermosamente azul, su cabello, su mirada, incluso su tristeza… Tenía una belleza casi sobrenatural.
Esa niña me enamoró, pero no sabía qué hacer, no tenía idea de cómo podía rescatarla de esa terrible condena, la misma muerte hubiera sido más bendita, más compasiva, entonces sentí una profunda urgencia por encontrar la manera de aliviarla, y en ese momento supe que cada vez que la veía rompía fuentes frente aquel misterioso espejo, pues sólo tenía vida para darle luz a la dulce y triste criatura azul. Así poco a poco y sin darme cuenta, fui perdiendo interés en todas las cosas que antes me entusiasmaban, ya casi ni salía de esa habitación y mi mundo se empezó a encoger, para mí todo lo bello, lo anhelado y lo importante limitaba con las fronteras de aquél misterioso espejo, me resultaba una verdadera odisea separarme de ella y sólo lo hacía por cosas muy justificadas; hacer alguna compra, pagar las cuentas de la casa o mandar algún informe a la oficina pero enseguida regresaba, porque el epicentro de mi vida giraba alrededor de las melodías de jazmín que me cantaba la niña azul, mientras seguía encarcelada en esa terrible trampa y yo allí, aferrada a ella, del otro lado, acompañándola en su terrible infierno.

Había olvidado por completo mi propia vida y con ella la visita de Miguel, y lo peor de todo fue que ni siquiera me importaba, como otras tantas cosas a las que sin saber ya había renunciado. En esos días encontré un mensaje en mi contestadora telefónica, era él anunciándome que llegaría en dos días, no sentí nada, salvo una irracional indiferencia que me impidió responderle, aunque fuera para cancelar su viaje y olvidarme de aquella inoportuna visita.

Esa noche después de cenar me senté frente al espejo y la llamé, ella apareció más encantadora que nunca, me quise acercar un poco más que de costumbre movida por una intensa necesidad de arrullarla y dejándome llevar por su ternura pegué todo mi cuerpo a la fría superficie del cristal, cuando me sorprendió una fuerza brutal que me empujaba hacia el vacío, luché con todas mis fuerzas pero no podía zafarme, el espejo me estaba jalando con tanta violencia que aullé de dolor, mientras peleaba desesperadamente con todo lo que tenía para liberarme de aquella espantosa cosa que me estaba tragando. Lo siguiente fue exactamente igual a deslizarse por un tobogán a gran velocidad, sentí como se deformaba todo mi cuerpo, y en un instante aterricé completamente aturdida en un sitio pegajoso, casi irrespirable, y sombrío. Me tomé unos minutos para despejar mi mente, me restregué los ojos y para mi sorpresa lo vi todo normal, yo seguía en mi cuarto, veía mi cama, la mesita con el televisor todavía encendido, tal y como lo había dejado, pero había algo distinto que no tardé en descubrir, faltaba el espejo, en un segundo sentí la adrenalina correr por todo mi cuerpo y en un solo grito ahogué todo el horror de aquella silente agonía. No podía aceptar lo que estaba pasando, me negaba a entender que ese fuera mi destino, me empezó a morder la rabia, la impotencia, y me devastó la tristeza, no podía ser que yo misma había cavado mi tumba, me hubiera enterrado en el más terrible de los exilios, pero mi mundo o lo que quedaba de él, se terminó de hundir cuando la vi parada frente a mí, fuera del espejo, ya no era aquella bella y triste niña azul, a la que había amado y entregado tanto, sino un ser maléfico que aparecía ante mí liberado, fue en ese momento cuando me mostró su verdadero rostro, el de un ser diabólico y despiadado que insistía en clavarme su odiosa mirada y después de asquearme con su sonrisa perversa, cubrió el espejo con una sábana y salió del cuarto saltando con irritantes brinquitos de triunfo, celebrando su victoria mientras tarareaba nuestra dulce canción de jazmín.

El silencio que quedó a mi alrededor fue profundamente ensordecedor, sabía que iba a enloquecer en aquella tumba que amortajaba cada pedazo de mi ser, mientras segundo a segundo se hacía más estrecha, de repente como una llama que me iluminó sentí una voz que jamás esperé volver a escuchar, y en ese preciso momento me invadió una pequeña esperanza al sentir a Miguel caminando de un lado al otro de mi cuarto, parecía nervioso y hablaba con alguien más, aunque la sábana me dificultaba la visión pude ver que no estaba solo, lo acompañaban dos policías. Comencé a llamarlo sin dejar de golpear con todas mis fuerzas aquél maldito espejo, y al mismo tiempo le agradecía a Dios, a la vida, a todos los ángeles que Miguel estuviera allí, lo vi acercarse y quitar la sabana del espejo con tal determinación que en ese instante me volvió el alma al cuerpo, lloraba y reía mientras me llenaba de una sensación de alivio tan inmensa que me abrió el pecho, finalmente respiré, fue indescriptible volver a sentir el aire correr por mis venas y sacudir todo mi cuerpo, pero la alegría no duró mucho, lo que vino después fue todavía más terrible que la propia caída a través del infernal espejo, Miguel no podía verme, ni sentirme, ni escucharme, allí supe que había dejado de existir y lo peor de todo era que todavía estaba viva, en ese momento me entregué a mi destino, aunque sabía que lo que tenía por delante era peor que la misma muerte.

Pasaron unos días, yo no sé cuántos, pues en este horror ni el tiempo existe cuando volví a ver a Miguel entrar a mi cuarto, sentarse en mi cama, tomar mi fotografía y hablar como nunca lo había hecho. No puedo describir el filo del puñal que sus palabras enterraron en mi corazón, al escucharlo despedirse de mí, de nosotros, de nuestra historia. Lloró un buen rato, se levantó, volvió a cubrir el espejo, agarró su maleta y se fue, después de un instante todo aquél silencio sepulcral se ahogó en un grito de dolor que salió de mi desesperación de una manera tan intensa, tan demoledora que sentí romperse todos los vidrios de la casa, pero el maldito espejo que me tenía cautiva, presa como un animal, permaneció intacto, encarcelando lo único que había podido sobrevivir en mí, la agonía silente de una tristeza que llenaba todo mi continente, me quedé allí resignada, atrapada igual que un pez en una pecera dándole vueltas y vueltas al interminable vacío, de pronto como si un terremoto sacudiera brutalmente aquél infierno, todo a mi alrededor se empezó a quebrar y sin entender nada de lo que estaba pasando, la fuerza contenida por aquel inframundo me golpeó tan fuerte que me empujó a la vida, liberándome. Finalmente respiré, inhalando un aire nuevo que me devolvía lo que más ansiaba, mi propia existencia. Estaba naciendo de nuevo, esta vez en la fe de Miguel que no dejaba de abrazarme, hasta que un amenazante gruñido nos separó de golpe, Miguel me hizo a un lado protegiéndome de la furia de esos espantos, que emitían sonidos espeluznantes, tomó la pala del jardín y golpeó el espejo con toda su alma, hasta hacerlo añicos, mientras que esos seres malignos salían de allí amenazando nuestros cuerpos, entonces Miguel vino a mí con tanto amor que hasta el mismísimo demonio se espantó, lo último que recuerdo de esa casa fue una luz penetrante hecha de fuego que sin más clausuró aquella puerta infernal, mientras que todo lo que quedaba a nuestro alrededor se desvanecía en el sepulcral silencio de la noche...
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita