LA CARTA


Deja que vuele
sin llamadas
haz de ella
fogata
y tal vez olas

Edda Armas
Corona mar


Nunca logré saber quién había mandado aquella carta que Merlín, el gato de la casa, se había encargado de llevar en su hocico hasta mi cuarto. Me resultó imposible averiguar por qué esa carta siempre terminaba descansando sobre mi mesa de noche, aunque yo misma me ocupaba de llevarla a la cocina con la intención de dársela al cartero. A pesar de mis continuos ruegos fue completamente inútil pretender que la carta se quedara en el lugar que le había dispuesto, pero poco a poco y sin darme cuenta llegó el momento en que vencida por el cansancio de tanto verla sin mirarla, la dejé olvidada en la tranquilidad de mi cuarto, donde al parecer le gustaba estar.

Nadie en la casa se volvió a molestar por aquella carta, ni siquiera Fidelina una mujer ya entrada en años que traía en su piel todo el calor de Barlovento, y más de una vez nos pareció escuchar el agitado Caribe reventar en su risa. A ella le debía todas las chupetas de mi infancia, pero a raíz de aquella carta se había vuelto un mar de quejas. Era difícil imaginar qué fuerzas la hacían crecer como una palmera cada vez que gritaba que le daba una cosa aquí, otra allá, con sólo ver la carta pero el tiempo que todo lo puede, hizo el milagro que la razón no pudo y Fidelina también tiró la toalla.

La casa estuvo en calma hasta que una mañana mi cuarto amaneció manchado de tinta, cuando Fidelina descubrió aquél desastre empezó a restregarlo todo incluyendo pisos, muebles y paredes, mientras repartía regaños que en segundos se hicieron amenazas y juró sobre sus rodillas botar cualquier bolígrafo que no tuviera tapa. Me disculpé mil veces con ella, y no salí a ninguna parte para ayudarla a limpiar, pero de pronto me di cuenta que no había sido un descuido mío, sino la propia carta que sudaba tinta, hundida en un susto sentí que el mundo entero se me vino encima y no pude quitarme la cara de asombro el resto del día, empecé a tragar duro y armarme de valor para contárselo a Fidelina, fui al cuarto a buscar la carta y cuando abrí la puerta escuché un latido, no tuve que indagar mucho para saber de dónde venía ese pálpito, con los dientes apretados levanté aquél sobre que parecía contener algo vivo.

Desde ese momento todo en la casa se volvió sobresalto, el aire se llenó de terror y Fidelina y yo cambiamos ese aroma a coco que se nos había quedado en la piel, por un amargo olor a miedo.
Pasaron los días y la carta seguía allí quitándonos el poco espacio que todavía compartíamos, de golpe me sentí invadida por un sentimiento que me conmovió hasta las lágrimas, cuando por fin decidí buscar la carta en mi mesa de noche, noté que estaba extremadamente pálida, la agarré por una esquina y corrí a la cocina, Fidelina estaba meneando algún guiso y en lo que me vio entrar con ¨eso¨ como la llamaba ella, se le puso la piel de gallina y comenzó a gritar, el perro ante su espanto salió disparado por la puerta de la cocina y no lo volvimos a ver jamás.

No tardé en darme cuenta que la carta que tantos escalofríos le producían a Fidelina, a mí me partía el corazón y sin pensarlo dos veces grité con todo el alma,

¡Esta carta está enferma Fidelina, algo tendremos que hacer!

Fidelina con los ojos afilados por el miedo no paró de balbucear avemarías, me asaltó como una pantera y me arrebató la carta de los dedos, sin pensarlo dos veces la tiró al fogón, la carta nunca se quemó, pero conmigo pasó algo muy extraño, empecé a sentirme ingrávida, como si se me hubiera emplumado la sangre y de mi piel empezó a salir humo, Fidelina desesperada corrió a soplarme, pero ni con todas sus olas de mar pudo apagar aquél incendio que venía de mis adentros, lentamente me desvanecí en una nube de tristeza, Fidelina rompió su arrecife en lágrimas mientras lo poco que quedó de mí se fue deshaciendo en su mirada.

Dicen que a pesar de los años todavía se sienten en el pueblo los pasos fantasmales de Fidelina, incluso no falta quien la escuche echar chispas buscando aquella carta que le cerró las puertas del cielo.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita