EL PUENTE ROTO


“…El puente, gran pájaro de hierro que pasa navegando
junto a la muerte.”

Tomas Transtromer


Sabía que era un puente imponente y hermoso, se sentía orgulloso de elevarse sobre ese espacio prohibido, azul arriba, para arroparse con el tibio calor de los primeros rayos de sol. Había sido tan fuerte que nada lo amedrentaba ni siquiera el paso del tiempo, no conocía imposibles y su única mortificación era escuchar a lo lejos el cansado crujir de otros puentes viejos y achacosos, pero todo se diluía con la llegada de los niños, entonces no habían ruidos ni sepultos, la alegría subía del suelo trepándose por su estructura en una fanfarria de cantos.
Gozaba columpiando las risas colgadas de sus cuerdas. Adoraba esa levedad que lo estremecía hasta los cimientos con saltos y carreras para arriba y para abajo. Todos lo celebraban y a más de uno le resultó difícil contener los halagos ante esa maravilla que casi tocaba el cielo.

Vivía cada día como si no hubiese nada mejor en este mundo que ser puente, y se levantaba de la nada como una promesa, sintiéndose feliz de rescatar sitios sin huellas, negros de olvido, alojar algún solitario, robarle un beso de cielo a una muchacha hermosa y encantar a enamorados con hambre de luna.

Pasaron muchos años en que todo giró alrededor del puente, pero algo sin nombre lo dejó vacío, sin pisadas, ni miradas, completamente solo, a su suerte, con la carga más pesada, esa que impone el silencio.

Quién iba a imaginar que ese magnífico puente de puntuales regresos, extendido como un arcoíris entre montaña y montaña, lo iba a morder la oscuridad. Nunca importó que el puente tuviera temple de acero y se mantuviera firme e incansable aguantando los fuertes azotes de los aguaceros o los empujones del viento, si al final toda vida se hace selva.
Atrás quedaron los años en que se burlaba de los abismos, borrando fronteras para darle paso al sueño de la gente que iba y venía estrechando lazos en otros caminos.

El puente quedó despoblado, sin ni siquiera sentir el dulce paso de las mañanas, que morían antes de llegar. Nunca supo qué había pasado, ni siquiera logró imaginarlo, se preguntaba una y otra vez por qué nadie quería cruzarlo y a duras penas pudo encontrar consuelo en distantes recuerdos que parecían escombros de sus días de gloria, pero una vez que pasaban lo arrasaba la triste realidad y la desolación era todavía mayor.
No tuvo ningún contrapeso para tanta amargura y decidió que lo más sano era olvidar que alguna vez había sido puente.

Así lo hizo pero esa determinación se volvió polvo ante la urgencia de sentir otra vez las entrañables pisadas, temblores y sacudidas que parecían más lejanas que nunca. Lo aturdió el olvido y fue llanto de negros agujeros y ardores vacíos.
Pensó que la razón se volvió demente al ver pasar a tanta gente que en un parpadear desaparecía, no tardó en culpar al deseo que insistía en cavar ladridos ciegos en su desesperación, pero después se convenció de que fue la realidad de hierro, de blancos y negros, la que lo dejó colgado en una neblina de densas soledades.

Pasaron los días y todo seguía igual hasta que una tarde volvió a sentir los brinquitos de algodón de una colorida niña, fue tanta su impresión que apenas necesitó un instante para salir de aquél letargo, pero hubo algo que lo hizo dudar, le costaba aceptar que fuera alguien de carne y hueso y no otro espejismo roto, estaba tan confundido que ya no sabía en qué creer, hasta que escuchó su canto y vio agitar sus bracitos como si fueran hechos de alas, allí ya no le importó nada. Era tan feliz de volver a ser puente que se dejó columpiar por sus suaves andares, y nada pudo contenerlo cuando se dio cuenta que la pequeña estaba muy dispuesta a saltar bajo la cuerda de la baranda, sin poder evitarlo la vio hundirse en el aire, el puente se desprendió de todo, se lanzó para agarrarla, pero antes de llegar al suelo se conjuraron las miradas, y descubrió que la niña siempre fue mariposa y él un simple puente roto.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita