Hambre de Ti


“Quiero conocerte...
…Penetrándote“


La fiesta ya dejaba constancia de lo imborrable que había sido aquella noche, en la que nos habíamos reunido gran parte de la familia y amigos, para darle la bienvenida a mi tía Silvia, una mujer extraordinaria y si se quería asumir el compromiso de hacerle justicia, sólo se le podría describir en superlativo; todo en ella estaba acentuado, en especial su muy exótica belleza que por alguna razón enrarecía hasta el ánimo de los más puritanos.

Había llegado de Italia después de haberse pasado los últimos cuatro años de su vida registrando todos sus rincones y no dejaba de hablar, con esa particular manera que emboscaba a cuanto cristiano se le parara enfrente, de cómo la habían domesticado los misterios de aquel entrañable país, que se dibujaba en el mapa como un fetiche, la cosa más deseada por cualquier mujer, una bota.
Recuerdo que tomé ese comentario como una muy simpática alegoría que un país como Venezuela podía darse el lujo de perdonar y la principal razón se debía a que en esta latitud uno se contagia de la más exquisita sensualidad, sobre todo después de quedar mojado con los ardientes sudores del Caribe.

Los pocos hombres que habían logrado escabullirse del hechizo de mi tía Silvia, estaban congregados alrededor de la mesa del comedor, disfrutando de una gran variedad de suculentos manjares; recuerdo en especial un exquisito mouse de chocolate, preparado con el arte con que mi mamá hacía cualquier cosa, que sin remedio incitaba hasta los más conservadores a entregarse al placer de la gula.
A pesar de mis diez años de edad ya podía entender la diferencia entre comer por gusto o devorar lo que fuera impulsado por una inminente necesidad de ser consolado, yo estaba segura que eso era lo que la mayoría de estos caballeros, satisfacían en cada bocado y no les quedaba ni la esperanza de ser rescatados, aunque se tropezaran con el vendaval de encantos que desplegaba mi tía Silvia.

Pasé gran parte de la noche viendo a la gente que me rodeaba sentada en una cómoda butaca situada cerca del comedor, y para que el increíble material que estaba observando adquiriera un mayor dramatismo, lo miraba todo a través del reflejo de un hermosísimo espejo, colgado de tal manera en la pared, que no se le escapaba ningún detalle. Me divertí un montón percibiendo como las palabras se convertían en sutiles gestos, cómplices de alguna situación que en otra circunstancia levantaría más de una sospecha. Creo que fue en ese momento que las cosas cambiaron para siempre, cuando mis ojos, todavía perdidos en el espejo, vieron salir de allí un extraño reflejo que poco a poco se iba dibujando hombre, me paré de un salto de la butaca y sin que me diera tiempo de nada, lo vi parado frente a mí. No sabía si era un ángel o un demonio, lo único que pude sentir fue esa extraña sensación de hambre que empezó a morder mi cuerpo, pero no era la misma hambre que trataban de saciar mis tíos devorando el delicado mouse de chocolate que estaba sobre la mesa, se trataba de un hambre distinta, un hambre que no había sentido nunca y lo peor fue que no tenía la menor idea de cómo calmarla. Así, perdí la inocencia y conocí la implacable fuerza del deseo. Inútilmente traté de moverme, pero la respiración entrecortada, el corazón inquieto y el vientre ardiendo me lo impidieron, por más que intentara alcanzar a esta deslumbrante criatura, sólo tuve que conformarme con ver la ingravidez con que se llevaba a mi tía Silvia para siempre. Este se convertiría en el recuerdo más fascinante y más recurrente de toda mi vida.

Llevo todo el día preguntándome en qué estaba pensando cuando decidí hacerme documentalista. Eso no debería ser una profesión sino un título que uno saca en calidad de accesorio, cuando el agregado cultural de alguna embajada de un país interesante, te invita a un brindis.
Nunca me ha gustado sacar cuentas pero si pongo en una balanza cuánto he ganado cumpliendo con toda la cadena de imposibles que impone esta profesión, seguro saldría perdiendo. Es una lástima haberlo descubierto veinte años después de entregarme en cuerpo y alma a tareas tan insólitas como la que me ha tocado en estos últimos cuatro meses: restaurar un olvidado mausoleo ubicado en el Cementerio del Sur, para filmar un prometedor documental sobre las joyas de Caracas, que hasta ahora no me ha proporcionado ningún placer, pero me permite defender mi estatus sumándole unos ceros a mi cuenta bancaria, y con un poco de suerte también podría agregarle un trofeo a mi insólita carrera.

Caracas es una ciudad bizarra, en la que los venados corren detrás del tigre, esa es la mejor manera de definir mi relación con Federico; un extraordinario herrero que en estos últimos cuatro meses me está dando la oportunidad de desarrollar la paciencia. Tengo que reconocer que este hombre además de ser un verdadero artista en la herrería, es un mago en el arte de desaparecer, pero se le acabaron las excusas, porque hoy tiene que darme la cara y pase lo que pase voy a quedarme en el cementerio, hasta que aparezca con el farol y la reja restaurada, ya está decidido, aunque tenga que inmolarme.
Me quedé esperándolo apoyada en el capot del carro preparando mi furtiva armadura para el encuentro, cuando finalmente vi a un estrafalario jeep entrar por la puerta principal del Cementerio del Sur, con el farol y la reja amarrados al techo, y al verlo respiré profundo mientras pensaba: Dios existe.
No puedo describir la increíble sensación de placer que sentí cuando los músculos de mi cara empezaron a relajarse; sin poder evitarlo se me instaló una enorme sonrisa en el rostro y entonces tuve que reconocer que hacía tiempo no veía un trabajo tan fino, tan exquisitamente logrado, la impresión que me invadió en ese instante fue muy parecida a la de dar a luz, en lo que vi la pieza de arte, se me olvidó todo.

El mausoleo que había escogido el director estaba a unas pocas cuadras de la entrada principal del Cementerio del Sur, muy cerca del estacionamiento, lo que me permitía andar con cierta tranquilidad, porque había gente trabajando muy cerca de allí y aunque ya estaba oscureciendo no me preocupaba quedarme un rato más instalando el farol. Un obrero se acercó a mí y alabó con gran generosidad el trabajo que habíamos hecho, por esas cosas que uno no espera de la vida, me ofreció ayuda que de muy buena gana acepté. Buscó sus herramientas y en un instante el farol estaba listo, le pagué con la misma generosidad y bajé al carro a buscar mi cámara fotográfica, en cuanto regresé el hombre ya se había ido, no le di importancia pues estaba tan emocionada por lo bien que había quedado todo, que empecé a tomar fotos de diferentes ángulos y de pronto me sorprendió una sensación tan embriagante, que no la pude contener. Era la primera vez en cuatro meses que me sentía satisfecha, sin anunciarse, la muy ansiada gratificación, se había hecho presente.

Como buena directora de arte caminé unos pasos para apreciar desde lejos el efecto de la iluminación del rescatado farol y en eso me percaté de que estaba completamente sola, no había ni un alma en ese lugar , ya se había hecho tarde, sin pensármelo mucho me apuré en buscar mi cartera para irme y cuando quise entrar me di cuenta que las puertas del mausoleo estaban cerradas. Al principio no entendí muy bien qué pudo haber pasado, porque nadie había estado allí y yo no recuerdo haberlas cerrado. Me revisé los bolsillos rogando tener las llaves del carro encima, pero las tuve que haber guardado en la cartera, lo que si encontré fue mi caja de cigarrillos, saqué uno para fumar mientras decidía qué hacer atrapada en aquella oscuridad, pero tampoco tenía encendedor. Volví a revisar tocándome los bolsillos de atrás del pantalón, cuando escuché justo por encima de mi hombro, el
click de un encendedor, volteé para verle la cara a mi salvador y no pude creer lo que estaba viendo, era una llama suspendida en el aire, sin que nadie, absolutamente nadie estuviera sosteniéndola.

Todo en mí se crispó, dejándome completamente paralizada. Trataba de calmarme pero lo único que lograba escuchar era el redoblante latido de mi corazón que insistía en salirse por la garganta. El aire se llenó de un intenso olor a celo que parecía venir de un animal, o quizás era el deseo animal de un hombre con hambre de mí, no lo supe en ese momento y me negaba a saberlo; justo cuando traté de reunir todas mis fuerzas para recuperar el control y escapar de allí, unas enormes gotas de sudor empezaron a resbalarse por mi garganta, y en un instante sentí un aliento viscoso que me rozaba, me lamía y me chupaba. Lo que vino después no puedo explicarlo pero la explosión que me asaltó desde mi propio epicentro fue tan avasallante que sentí como si una espada caliente hubiera atravesado todo mi cuerpo, no podía parar de temblar, mis ojos estaban inundados y caí de rodillas vencida por el éxtasis, sin ánimo de entender nada quedé absolutamente rendida, haciendo agua, naciendo otra vez, y lo único que imploraba a gritos era que ese instante durara para siempre… Creo que entendí la eternidad.

Apenas supe por dónde fui. Tengo un recuerdo confuso de haber vagado por algunas calles cerca del cementerio, totalmente desconocidas, mal alumbradas y bastante peligrosas; no sé cómo pasó, pero cuando recobré la conciencia de mi misma, estaba saliendo por el distribuidor de Altamira, casi llegando a casa. Me era muy difícil identificar todas las sensaciones que me estaban abordando, realmente me sentía extraña, muy extraña, busqué el espejo retrovisor para encontrar alguna evidencia de algo que tuviera en la mirada, pero no pude notar nada, volví a mirar y me di cuenta que sí, definitivamente había algo increíblemente diferente, por alguna razón el espejo reflejaba el secreto de mi vida, revelaba mi última historia, una historia que ni siquiera yo podía armar.
Lo que vi después me sorprendió todavía más; había algo en mi rostro que lo hacía lucir mucho más cautivante, más animal quizás era la mirada o los labios que se veían mucho más carnosos, aunque más bien me pareció que era algo en la piel porque estaba mucho más traslúcida, definitivamente algo importante me había cambiado y por más que lo negara, cada minuto que pasaba, me iba pareciendo mucho más a la enigmática tía Silvia.


Abrí la puerta de mi casa y como si estuviera saliendo de una anestesia me empezó a doler todo el cuerpo, incluso sentía que todo me ardía, encendí las luces, tiré el bolso y me fui quitando la ropa en una suerte de rito que poco a poco me fue liberando, al dejar respirar mi piel desnuda, el aire de la noche. Cuando llegué a mi cuarto lo vi acostado en mi cama, sin darle crédito a lo que veían mis ojos, me quedé en completo silencio, mientras sentía cómo se me iba erizando hasta el alma, esa criatura me miró como nunca me había mirado nadie y en un susurro me preguntó

-¿Te sorprendí?-

Después de tomarme un momento en el que supe cuál era mi destino y celebré descubrir que hay más plenitud en adorar que en ser adorado, le contesté:

-Siempre, eso es lo que te hace tan adictivo-

Le brindé una sonrisa animal y en el momento menos esperado, como un sortilegio, se desvaneció como siempre. Lo último que vi de él fueron sus intensos ojos de antiguo vampiro… Ya estaba amaneciendo.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita