Delicia de Mujer

En La Encantada estaba amaneciendo y aunque a duras penas se vislumbraban los primeros rayos de luz ya todo era brillo y color. Se respiraba alegría y en cada detalle se sentía la mano de Dios, que sin duda, al igual que el resto del pueblo, también se había despertado de muy buen humor y no era para menos porque sólo faltaban horas para celebrar el acontecimiento más esperado de los últimos veinte años, la boda de Julieta y Eduardo. Una parejita hermosa, hecha de miel, que se habían prometido amor desde que sus mundos tuvieron memoria. Todos en la Encantada estaban de fiesta, era un pueblo tan pequeño que si acaso se podían contar cien familias y un caimán, que había envejecido sin molestar a nadie y con el paso del tiempo hasta el estanque le quedó pequeño, pero eso nadie lo notó, porque había sufrido el mismo destino de los que se ponen viejos, quedó sumergido en el más profundo olvido, y aunque la gente sabía que todavía estaba allí ya nadie lo veía.
A diferencia de otros días esa mañana las horas pasaron demasiado rápido y la gente del pueblo se apuraba en acomodar los últimos detalles con sorprendente esmero; unos dedicaban sus esfuerzos en terminar los magníficos arreglos, con los que iban a vestir la pequeña capilla donde se oficiaría la misa, mientras que otros se concentraron en revisar sus sermones escritos con buenas intenciones y espléndidas palabras, el resto se esmeró en servir los más deliciosos manjares con los que iban a coronar el tan esperado evento. Nadie pudo resistirse a los suculentos aromas que poco a poco se fueron adueñando del aire, haciéndole la boca agua no sólo a quienes rondaran por allí, sino también a los que vivían a cientos de kilómetros de distancia, por lo que no faltó quien aprovechara los muy merecidos descansos para robar algo de los exquisitos platos, expuestos sobre las típicas bandejas de barro como si fuesen verdaderas obras de arte. Desfilaron en una infinita pasarela gastronómica cordero al vino, pisillo de venado, lomo de cochino y todos estaban ilusionados con volver a saborear las recetas que sólo estaban reservadas para ocasiones tan especiales como esa, la gente estaba tan distraída en sus tareas que nadie se dio cuenta cuando Julieta salió.

Julieta era conocida por su exótica belleza, una morena de ojos verdes que por más que se lo propusiera le resultaba imposible pasar desapercibida. Siempre se supo bella, por lo que era coquetísima y muy celosa, condición que lejos de molestar a Eduardo lo halagaba y hasta le parecía muy seductor el retorcido juego con el que Julieta lo sorprendía y al que cedía sin remedio a los caprichosos inventos de esa fértil imaginación. Esa mañana, la más importante de su vida, Julieta se entregó a la plácida tarea de preparar su cuerpo para una noche que desde hacía mucho tiempo se la había prometido al amor, frotó su piel con aceites delicados y comenzó a tejer en sus incontables bucles negros pequeñas orquídeas blancas que iban perfumando el aire que dejaba a su paso.
Cuando sujetó en su desordenado cabello la última flor, la invadió una terrible sensación de angustia que le secó la boca y por poco le perforó el estómago, Julieta sin saber cómo ni por qué, atravesó medio pueblo como si hubiese visto al diablo y en esa locura siguió corriendo por los caminos que la llevaban derechito a la casa de Eduardo, pero no tuvo que llegar tan lejos porque lo vio justo después de pasar el estanque, allí su corazón se desbocó al encontrarse con la imagen de un Eduardo que le costó reconocer, una imagen que parecía salir de su más inquietante pesadilla, lo vio como nunca lo hubiera querido ver: feliz, abrazando y cubriendo de besos a otra mujer, que además no podía reconocer y en ese instante sintió cómo la vida se le quebraba a pedazos ahogándola en una infinita desolación, le costaba respirar al ver que esos brazos que hasta ese instante habían sido su refugio ya no eran sólo de ella, ese deseado corazón en el que tantas veces había izado su bandera ya no le pertenecía, se torturó imaginando las promesas que sin saberlo había compartido con esa extraña y por primera vez quiso morir. Se quedó en silencio conteniendo la rabia y el dolor que ya empezaban a quemarla por dentro y sin pensarlo dos veces corrió y en cada paso veía como se iban cayendo todas las flores que había tejido con tanta paciencia, de pronto sintió que desaparecía en un hueco negro, en una terrible trampa que el destino le había tendido y quiso gritar con todas sus fuerzas, pero ya era demasiado tarde, sabía que nadie podía sacarla de allí.

Eduardo estaba en la puerta de la capilla impecablemente vestido, esperando con sus amigos el momento más feliz de su vida, aprovechaba para saludar a quien venía llegando y no dejaba de presentarles a Carolina, una bellísima sorpresa que llegó en el último momento, una mujer espléndida que había sido su mejor amiga en la universidad cuando estaba estudiando agronomía y se había casado con Miguel un muy exitoso empresario, que en aquellos días también fue parte de su muy reducido grupo de amigos y le había insistido a Carolina que no se perdiera la ceremonia, con la firme promesa de que él llegaría un poco más tarde.

Eduardo no le podía pedir más a la vida y en muy poco tiempo la capilla se llenó de gente, sólo faltaba la novia y sus suegros. Esperaron más de una hora cuando finalmente apareció el padre de la novia hecho un manojo de nervios, porque nadie sabía nada de Julieta; el vestido, el bouquet, los zapatos todo estaba intacto, tal y como ella lo había dejado, parecía que se había esfumado. Eduardo organizó a todos los hombres incluyendo al cura y los agrupó en un número par, de cuatro en cuatro, para abarcar de manera más efectiva un radio de búsqueda que cubriera a todo el pueblo. Las mujeres corrieron a la casa de la madre de Julieta para acompañarla y consolarla en este difícil momento.
Empezó a caer la noche y todos los intentos de búsqueda fueron inútiles, todavía no la habían encontrado, Eduardo sólo quería llegar a su casa, necesitaba estar solo y así se fue pateando el camino, inmerso en un sepulcral silencio, sintiéndose deshecho y en el colmo de la desesperación. No dejaba de darle vueltas a la cabeza pensando en cómo podía descifrar el misterio, tratando de entender qué le pudo haber pasado a su adorada, justo a unos metros de distancia antes de llegar a su casa lo sacudió un aroma que le recordaba tanto a ella, por fin en medio de aquél delirio, sintió algo que le resultaba refrescante, una pequeña esperanza y rápidamente buscó y buscó, hasta que clavó su mirada en el suelo y extrañamente vio unas flores blancas que parecían marcar un camino, pero la gloria no le duró mucho, empezó a sentirse indispuesto, mareado al percatarse de cuál era el destino final de ese extraño rastro, se le lleno el cuerpo de horror, sin mediar se paró frente a lo que más temía y tuvo que reunir todas sus fuerzas para aguantar lo que estaba presenciando: un mar de lágrimas que brotaban de los ojos del caimán, Eduardo completamente hundido en su estupor sintió un golpe fulminante que lo hizo caer de rodillas al ver que de esas aterradoras fauces, todavía abiertas, salía el alma liberada de su amada Julieta, una delicia de mujer que finalmente el caimán se había devorado, dejando como vestigio el suave perfume de las tersas orquídeas blancas, que poco a poco se iban apagando.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita