La Casi-Casi

Las seis de la tarde siempre ha tenido un especial significado; es la hora conflictiva, la ruptura entre dos mundos, la inevitable derrota que lucha con toda su intensidad en el inútil intento de no morir. Cuántas veces no la hemos visto lanzar desesperados rojos, naranjas, magentas mientras que la noche con la determinación de una guerrera, la va devorando, apagándola por completo, antes de instalar su dominante oscuridad, y proclamarse vencedora. Algunos dicen que esta hora es muy peligrosa porque hace que las cosas parezcan lo que no son.


Quizás esa fue la razón que indujo a Nieves a escoger ese momento para esparcir las cenizas de un fuego que todavía le ardía por dentro y declararse oficialmente viuda. Seis de la tarde, la hora más íntima del día, en el silencio ensordecedor de aquella extraordinaria sabana, llano adentro, que le resultaba tan inmenso como su pena. - Nieves, Nieves no llores más, se decía a sí misma tratando de atenuar el dolor que la inundaba por dentro. Fue su hora negra, la más difícil, la hora del adiós y así terminó la tarde más triste de su vida.


Otro horizonte, el mismo día pero treinta años antes el escenario que ofrecía Europa después de la segunda guerra era completamente devastador, le encogía el corazón hasta al más plantado, había hambre, miseria, enfermedades y la mayoría de los países estaban en bancarrota e Italia no fue la excepción. La ruina económica causó más daño que las propias bombas y la gente no veía salida, casi todos se sentían perdidos ante una de las experiencias más telúricas que el hombre pueda vivir: la guerra.


Estas fueron las circunstancias en las que Laura se hizo mujer, una joven de unos veinticinco años, dueña de una belleza tan extraordinaria, que ni el hambre ni la miseria pudieron dejar huella. Tenía unos peligrosísimos ojos verdes, un cabello intensamente negro, que le enredaba la mente a cualquiera. Su piel impecablemente blanca asomaba la picardía de un lunar que casi le mordía el labio, pero lo que la hacía todavía más hermosa era su determinación, hacía tiempo le había perdido el respeto al miedo y eso se notaba con solo mirarla. La única cosa que mantenía esta hermosura en pie era la ilusión de viajar a un país nuevo, fresco, donde todo estuviera por suceder, tanto lo deseó que un día una amiga de su madre comentaba en la cocina de la casa, que en Venezuela están visando gente dispuesta a trabajar, a Laura se le encendieron los ojitos y sin perder tiempo hizo todo lo que le pidieron, llenó infinidad de papeles, se vacunó, empacó sus cosas y se largó.


La emoción de llegar a Venezuela para la mayoría de los extranjeros solo era comparable con la sensación de una montaña rusa. El barco llegó de noche y todos los pasajeros lo supieron al distinguir las pequeñas lucecitas que parecían estar incrustadas en la montaña. Todos estaban emocionados ante la belleza que tenían frente a sus ojos. Unos hablaban de que así era el norte de Italia, otros las comparaban con un nacimiento, y a la gran mayoría les recordaban los Alpes, pero la decepción les fue llegando a cada uno de ellos en la medida en que se revelaba el día. Entonces se dieron cuenta que esas lucecitas no eran otra cosa que los bombillos desnudos de unas casitas horribles, bastante mal hechas construidas en el borde de la montaña desafiando la gravedad y otras leyes, pero lo peor de todo fue sentir que la miseria de la que habían escapado con tanto apuro los había vuelto a alcanzar. Más de uno comentó con tristeza:


- ¿A dónde hemos venido a parar?


Ese sentimiento les duró muy poco, en lo que hicieron aduana y salieron para Caracas en los autobuses que el gobierno de Pérez Jiménez había dispuesto para ellos, se dieron cuenta que un país que tenga una autopista tan moderna como la que los conducía a la capital debe ser muy rico, se perdieron en el paisaje pensando que las cosas no podían ir tan mal y volvieron a respirar. Laura estaba extasiada disfrutando los nuevos aires de cambio. No dejaba de parlotear en el autobús con un joven del ejército, que estaba encantado con ella y se esmeraba en enseñarle algunas palabritas en español. En este país se siente un fuerte olor a futuro, pensaba ella, mientras seguía gozando de todo lo que le ofrecía su nueva tierra.


A pesar del tiempo transcurrido a Nieves no se le secaban las lágrimas, siguió llorando el amor de su vida mientras se preguntaba si en toda pérdida hay una gran liberación, qué ha pasado con la suya, y después de estar mes tras mes vestida con sus mejores galas, esperando a la dichosa liberación, no dejaba de pensar qué la habrá retrasado tanto Así que después de pasar casi un año entregada a los rezos, los santos y las velas, esperando que ellos hicieran el milagrito, decidió ser ella misma quien exorcizara esa tristeza y tomar las riendas de su propia tragedia hasta ponerle un punto final.


Así pudo enfrentar todo lo que en este tiempo estuvo evitando: aceptar que ya no tenía dinero. Condición difícil para una mujer que en asuntos económicos mucho nunca fue suficiente. La lista de las cosas que se perdieron por malos negocios fue interminable. Lo peor de todo es que él nunca le dio una señal. Si por lo menos hubiera tenido la decencia de morirse de un infarto o de un ataque de pánico, ella más o menos hubiera intuido que las cosas en los negocios no iban muy bien, entonces jamás se le hubiese ocurrido tomarse la licencia poética de llorarlo por casi un año. Se murió por un accidente y como todo accidente el suyo también fue arbitrario, absurdo y devastador, se murió con un trozo de carne atragantado en la garganta, mientras disfrutaba de una animada parrilla en el hato que recién habían perdido hacía dos días y pensaba perdimos el hato, porque a estas alturas todavía le resulta imposible desprenderse del plural. El sentimiento que le produjo saberse en bancarrota fue tan terrible, como la infinita soledad que se instaló en su vida para quedarse.


Pasaron unos cuantos años antes de que a Laura se le despertara el hambre por el dinero. Había empezado a defenderse económicamente en este nuevo país llamado Venezuela, que no le era difícil sentirlo como suyo. Trabajaba de niñera en la casa de una familia muy pudiente ubicada en el Paraíso, una urbanización espléndida en la que además de sembrar exuberantes palmas, los dueños habían plantado tremendos caserones.


Allí empezó a declararle la guerra el gusanito de la ambición, aunque Laura ganaba bastante bien para ella no era suficiente, ni siquiera le importaba que el trabajo le resultara cómodo, pues sólo tenía que cuidar a un encanto de niña de unos seis años, que además estaba muy bien educada y era el tesoro de la familia; cuando no se la peleaban los tíos, se la quitaban los abuelos, esa era la principal razón por la que Laura tenía tanto tiempo libre y lo destinaba a pensar en cuál podría ser la mejor manera de hacer dinero rápido, esa era su única urgencia. Laura salió un domingo a tomar café con unas paisanas y se enteró que había un lugar muy lejano, llamado La Paragua donde podía levantar una fortuna de la noche a la mañana. Laura estaba embelesada con lo que acababa de escuchar, era justo lo que había estado buscando desde el día en que llegó. Usó el tiempo libre del que disponía para ir a la biblioteca y leer todo lo que los libros podían decirle de ese lugar. No encontró mucho, a duras penas su ubicación geográfica y el resto se lo preguntó a su amiga, quien le dijo exactamente lo que ella quería escuchar


-Es un pueblo minero, te vas para allá unos meses, el tiempo justo para hacer dinero y regresarte con los bolsillos llenos de oro. Nadie se va a enterar de cómo lo conseguiste y con ese porte que Dios te dio bambina te va a ir muy bien, ya lo verás. A la semana siguiente Laura ya estaba montada en la avioneta que la llevaría al lugar que cambiaría su suerte.


Nieves nunca se imaginó lo que vendría después de recibir una insólita llamada telefónica, en la que le informaban que era la propietaria de una avioneta Cessna monomotor 206 y lo único que le exigían era sacarla lo antes posible del hangar que estaba ocupando en Ciudad Bolívar. Los antiguos dueños necesitaban el espacio.


Nieves no salía de su asombro mientras colgaba el teléfono. Llamó enseguida al socio de Carlos, su difunto esposo, y le preguntó si sabía algo de una avioneta, él no dejó que terminara la pregunta y le contestó:


-¡Claro! Esa avioneta se la dieron a Carlos como pago por un ganado que vendió en el hato y quería dártela en tu cumpleaños.


Nieves tuvo que admitir que Carlos incluso después de muerto, seguía sorprendiéndola. Se entregó por completo a su nueva tarea, nunca esperó que algo así le devolviera el aliento, y la hiciera sentir tan contenta, estaba encantada con su nuevo proyecto, al que le puso todo el corazón y después de muchas llamadas finalmente encontró en el aeroclub Caracas al piloto que le habían recomendado. Una semana más tarde salieron el piloto y Nieves rumbo a Ciudad Bolívar, a buscar su inesperado regalo de cumpleaños.


No tardó en descubrir lo que Carlos supo desde siempre, que volar era su vida. La única cosa en el mundo que no podía dejar de hacer. La sensación de treparse por las nubes, sólo podía ser superada por una noche de amor, pero eso era algo que estaba muy lejos de ella en ese instante, así que por los momentos, se conformó con aprender a volar.


Cada vez entendía con más claridad que el arte está cerca del cielo, cuánta razón tienen los ángeles pensaba ella. De hecho su vida volvió a comenzar el mismo instante en que gritó libre antes de encender el motor y hacer girar la hélice. Qué bonito eso, qué alegórico pensaba para sí, adoraba gritar fuerte y claro aquella palabra tan hermosa: libre, antes de girar la llave y encender el avión. En la práctica la idea es avisarle a cualquier transeúnte despistado, que hay un avión a punto de hacer girar su hélice y evitar de esa manera que alguien quede rebanado. Para Nieves era mucho más que un alerta, era un mantra que se repetía una y otra vez que con solo pensarlo le salían alas.


Las difíciles circunstancias que Nieves estaba atravesando la obligaron a volar para La Paragua, un lejano lugar situado entre ciudad Bolívar y Canaima, ella sabía que era un pueblo minero sin ley, solo entran aviones pequeños, porque es un sitio tan extremo para aterrizar, que sólo los pilotos locos o los muy necesitados son los que van para allá, por una sencilla razón no existe aeropuerto alguno. La Paragua sólo tiene una calle que ni siquiera conoce el asfalto, es de tierra y para hacerlo todavía más interesante tiene quioscos instalados de lado a lado, entre los que hay una barbería, una casa de empeño, una bodega y una tienda de licores. Allí se pelean el espacio las gallinas, los perros, la gente que monta motocicleta con casi toda su familia abordo y por supuesto los aviones, que tienen por norma hacer un vuelo rasante antes de intentar aterrizar, lo que quiere decir en cristiano volar lo más bajito posible para espantar cuanto obstáculo exista, despejar el área y después de encomendarse a todos los santos poder aterrizar.


Es un trabajo duro que exige muchísima experiencia, porque además el avión va pesadísimo debido a la carga que lleva: dos tambores de combustible completamente llenos, equipos de minería y algunas cajas de enlatados. La razón por la que lo pagan tan bien es que en La Paragua todo lo compran a precio de oro, sobre todo el combustible. El único requisito es que el piloto tenga muchísima experiencia volando, y desarrolle la malicia que se necesita para aterrizar un avión donde no hay un aeropuerto.


Aunque Nieves no cumplía con esta última condición, apenas comenzaba a volar sola, no dejó que ese detalle acabara con su única fuente de ingresos. Contuvo la respiración y mientras se repetía una y otra vez: tengo que poder, tengo que poder, exigiéndole al motor todo lo que daba, bajó la nariz del avión e hizo un vuelo rasante limpio, espantando todo lo que encontró en su camino. Entonces, se dio cuenta de que las alas del avión apenas cabían por la estrechísima calle que estaba sobrevolando, apretó los dientes hasta hacerlos chirriar, porque sabía que el exceso de velocidad que llevaba, no le perdonaría el más mínimo contacto con la infinidad de cosas que tenía que esquivar.


Para Laura no fue nada fácil transitar la vía que la llevaría hasta La Paragua, atravesar el Atlántico había sido mucho más gentil; sin embargo tantas horas brincando por esos malos caminos, muy lejos de amedrentarla, le sirvieron para invocar a la guerrera que la había acompañado siempre.


Después de más de dos días de viaje, finalmente llegó cuando apenas empezaba a caer la noche. No entendía la manera en cómo esa tierra sudaba. Nada de lo que había visto en esta vida le sirvió para defenderse de un lugar como ese, todo a su alrededor era muerte y devastación, aunque Laura había vivido una guerra esto era completamente distinto; la tristeza que envolvía a La Paragua se sentía totalmente diferente a la que había dejado años atrás en su pueblo cerca de Padua en Italia. A lo lejos Laura distinguió un tumulto de personas y no tardó mucho en darse cuenta que había llegado en el peor momento, pues toda la gente del pueblo estaba en un entierro. Caminó por el único paso que tenía La Paragua, y digo paso porque otros sinónimos como caminos, carreteras, calles o rúas simplemente no existían en ese lugar. Laura no había dado ni diez pasos cuando se cruzó con un hombre de edad indefinida, muy curtido por el sol. Era fácil ver que la gente en ese lugar envejecía prematuramente, todo en el trópico es así, pensó Laura, se pudre rapidito y en ese momento supo que tenía que cumplir su propósito muy pronto, para salir de allí antes de que ella también terminara devorada por ese lugar. Saludó al hombre y siguió caminando, pero Laura no se le pudo escapar tan fácil


-Mi nombre es Juan señorita, ¿qué la trae por aquí?


Ella sin saber qué decirle y tartamudeando un poco le contestó:


-negocios


Sin esperar respuesta siguió caminando, Juan la alcanzó de nuevo y le comentó:


-acaban de enterrar a Doña Flor, una mujer que le había hecho la vida más bonita a más de uno en su paso por este pueblo olvidao por Dios, ¿sabe? Cómo la vamos a extrañar. Fue la más hermosa Madame que se vio por aquí. Yo no sé que van hacer sus niñas, como ella las llamaba, les va hacé mucha falta


Laura le brindó una tierna sonrisa, apuró el paso para hablar con una de las niñas de La Paragua y preguntarle dónde podía pasar la noche, con nosotras se apuró a decirle Cruz quien además la ayudó con la maleta y en nada Laura estaba acostada en el catre del cuartico del fondo.


La claridad del día tenía un efecto devastador sobre ese lugar, pero Laura no podía desperdiciar el tiempo pensando en esas pequeñeces, había conversado con las muchachas de Doña Flor, quienes la habían invitado a quedarse en la casa de la Madame, obviamente la estaban ensalzando, pero Laura muy lejos de molestarse quedó muy agradecida y salió de la casa a explorar el lugar. En la puerta la estaba esperando el mismo hombre que la había interceptado la noche en la que llegó, se le paró y le extendió la mano


-Soy Juan señorita ¿se acuerda de mí, verdá?. Nunca había visto a una mujé tan bella como usté, ¿sabe?.


Laura le agradeció el piropo con un bonito gesto y cuando iba a seguir su camino, el hombre se le paró enfrente, sacó de un bolso un frasco de mayonesa repleto de piedritas muy brillantes y se lo mostró .


-Si usté pasa una semana conmigo todo lo que ve aquí será suyo


Laura no podía creer su suerte, solo le bastó un instante para que le empezara a hervir la sensación afrodisíaca que le daba el brillo del diamante. Era casi incontable la fortuna que contenía ese frasco sucio. Sólo tenía que sacrificar una semana de su vida, aunque sabía que por esa fortuna sería capaz de dar mucho más. Había pasado el tiempo acordado y Laura cumplió su parte. Juan la acompañó de vuelta hasta La Paragua y cuando finalmente llegaron Juan comenzó a bordearla, a jalarla, a bailarla y sin quitársele de encima la abrazó, la besó y se despidió. Laura al ver que se alejaba, le gritó con toda su alma


-¿Juan y mi paga?


El se devolvió corriendo, la alcanzó muy sonriente y le preguntó ¿Por qué una mujé nunca sabe lo que lleva en la cartera? Ella no tuvo más remedio que reírse cuando revisó su bolso y vio el tan deseado frasco de mayonesa cargado de piedritas brillantes y tuvo que reconocer que Juan tenía una habilidad única con las manos, hasta le pareció un mago. Laura lo vio partir y fue al tarantín donde le compraban los diamantes a los mineros de por allí, era algo así como la casa de cambio de La Paragua, se acercó con un pasito alegre, mientras decidía qué parte del mundo le gustaría visitar. Regresar a Italia era una opción, pero no la que más le sonreía; entonces pensó en algo más cerca, en Río de Janeiro; sin ninguna duda ese era el lugar, le encantaba el ritmo y el color de los brasileros. Llegó al tarantín sacó muy discretamente sólo unas pocas piedritas del frasco, a duras penas lo que le alcanzaría para pagar el regreso a Caracas en avioneta, ni loca volvía a recorrer ese espantoso camino de tierra en otra cosa, y con mucho apuro saludó al señor que muy amablemente se apresuró por atenderla


- Déjeme ver que me trae usté hoy, le decía mientras estiraba la mano. Laura dejó caer las piedritas con la emoción encajada en el rostro. Él se fue adentro, se ubicó detrás de las cortinas y no tardó nada, regresó inmediatamente con la cara muy seria y le dijo:


- Estas piedras no valen nada Muñeca, se llaman casi-casi, porque engañan a cualquiera, cuando están mojadas brillan igual que un diamante, pero en lo que se secan, pasan a ser unas piedras ordinarias, sin ningún valor. Las tuyas están untadas de parafina y el que no sabe es como el que no ve, ¿verdá? - No te apures que otra vez será


Laura salió de allí gritando, llorando y pateando, las niñas de la Madame corrieron a socorrerla, pero no había nadie en este mundo que la pudiera calmar y con los ojos encendidos, llenos de rabia juró que se vengaría, juró una y otra vez que ese hombre pagaría la burla que le había hecho, con su propia vida. Así fue como Laura se quedó en La Paragua, desde ese terrible evento todo el mundo la llamó La Casi-Casi y en muy poco tiempo ocupó el puesto de La Madame.


Nieves se sentía eufórica desde el momento en que recibió un buen dinero como pago por el exigente vuelo que acababa de hacer, no solo estaba orgullosa por el trabajo sino por el coraje que requería llegar hasta allí. Mientras que los mineros terminaban de descargar las cosas del avión, aprovechó para explorar un poco el lugar y buscar un baño. No tuvo que caminar mucho, sólo una cuadra para encontrar una casa llena de mujeres, todas ellas muy arregladas si consideramos la hora, y sobre todo el calor que sudaba aquél lugar. Ellas reían a carcajadas y en lo que la vieron parada en la puerta, se pusieron a la orden sin dejar de batir sus abanicos, Nieves se limitó a saludarlas con una voz muy tímida y les rogó que le permitieran usar el baño, ellas con mucha amabilidad se lo cedieron. Nieves se refrescó un poco. Se amarró el cabello con una cola de caballo y al salir vio a una mujer de unos setenta años, todavía guapa, que la invitó a tomar un refresco de melón. La cosa más rica que alguien le haya podido brindar a su paladar sediento no sólo por el calor, sino por la adrenalina que había drenado su cuerpo en el momento de aterrizar.


Nieves disfrutaba de ese merecido receso y no podía dejar de pensar en las razones qué pudieron llevar a esa bellísima mujer hasta ese pueblo perdido, sería tal vez la misma emboscada que ella también sufrió y por eso, ese cruce de caminos. Entonces cayó en cuenta que esa era la casa de las putas de La Paragua. La Casi-Casi como la llamaban el resto de las chicas le preguntó con quién había llegado y con todo el orgullo que era capaz de sentir, Nieves le aclaró que ella era el piloto del avión. Habían muy pocas cosas que tuvieran la capacidad de sorprender a La Casi-Casi, pero sin duda ésta fue una de ellas, porque no paraba de batir frenéticamente su abanico mientras le decía -Cara mía pero con esa piel tan linda y ese culo que tu tiene va a está jugándote la vida así. Quédate conmigo aquí que yo te cuido y te pago bien. ¿Cómo e´ que tú te llama? -Nieves le respondió aguantándose la risa por esa inesperada y no menos halagadora oferta de trabajo.


Se despidió de las chicas correspondiendo de la mejor manera a sus efusivas muestras de cariño y se encaminó al avión que a estas alturas debería estar completamente descargado, listo para partir, apenas tenía veinte minutos para salir de La Paragua si quería dormir en Ciudad Bolívar, apuró el paso y no supo en qué momento la interceptó un hombre que salió de la nada, de bastante mal aspecto, le faltaba uno que otro diente, el color de su piel era gris y olía a ron del malo. Le jaló el bolso, luego la agarró por el brazo y bien pegado a ella el hombre le dijo:


-Yo soy Juan señora y no me puedo quedá aquí, los compañeros por allá me dicen que tu eres la piloto de ese avión. Yo pago bien, sabe. Se metió la mano en el bolsillo y le mostró una piedra que destellaba como un diamante. Lo extendió en su mano y le preguntó -¿Esto será suficiente pá llegame a Bolívar?


A Nieves la invadió un pánico tremendo de sólo imaginarse íngrima y sola en el avión con él. Sin duda el hombre parecía desesperado, ¿habrá matado a alguien? se preguntaba ella. Tenía que hallar una manera de quitárselo de encima y lo único que se le ocurrió fue inventar que la ayudara a recoger unos bidones que se le habían quedado en la bodega, así le daría tiempo de chequear el avión y salir. El hombre insistió en pagarle con la piedrita por adelantado, estaba realmente inquieto, muy nervioso y Nieves se negó diciéndole que cuando llegaran a Bolívar con gusto aceptaría el pago.


Corrió al avión y despegó sin esperarlo, cuando viró para tomar el rumbo, lo vio caer de rodillas en la calle, un grito sordo, inaudible le salía de las entrañas, entonces Nieves hizo lo que cualquier cristiana haría por un alma en ese estado de desesperación: rezó por él


Durante el vuelo disfrutó la aventura que acababa de vivir, se reía sola recordando la insólita oferta de La Casi-Casi, que por esas cosas de la vida le llegó en el mejor momento, justo cuando se sentía sexualmente acabada. Hasta se sintió con ganas de arreglarse un poco y ponerse bonita, acercó el bolso que con el apuro del despegue lo tiró en el puesto de atrás, metió la mano a ciegas buscando su estuche de maquillaje, cuando sus dedos tropezaron con un frasco, extrañada volteó y vio que no era su bolso, sacó el frasco y el asombro fue total al ver que se trataba de un frasco de mayonesa lleno de diamantes. Era inmensamente rica, como no lo había sido nunca, pero qué hacía ese extraño bolso en el puesto de atrás, quién lo puso allí, entonces revivió la escena del hombre jalándola, pegándose a ella y luego lo recordó gritando de rodillas, halándose los pocos pelos que le quedaban, en el medio de la única calle que conoce la Paragua. Allí entendió que la vida tiene su particular manera de jugar con cada uno de nosotros, por alguna razón el destino le había quitado el piso a ese infeliz, para dárselo a ella.


La Casi-Casi se asomó por la puerta ante los gritos de aquél puerco, corrió a buscar su arma y con el tono seco, propio de un verdugo le ordenó:


-Párate infeliz y muere como un hombre


Juan se enrolló como una culebra, protegiéndose de ella y La Casi-Casi le disparó sin clemencia, disparaba y recargaba para volver a recargar y disparar una y otra vez. Cada bala proyectaba su furia encendida en fuego. Las malas lenguas dicen que lo dejó como un colador. Apenas si quedó cuerpo para enterrarlo.


Nadie volvió a ver a La Casi-Casi, la gente de La Paragua dice que acompañó al infeliz al otro lado solo para abrirle las puertas del infierno.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita