Me Perdí Buscándote y Nunca Más Encontré el Camino

Recuerdo que hace mucho tiempo atrás mi abuelita me premiaba al final de cada semana, con un bellísimo helado, de proporciones extraordinarias, mientras caminábamos por el boulevard de Sabana Grande. Un lugar que para la época conjugaba perfectamente con la palabra elegancia. Era precioso y muy llamativo no sólo por los innumerables neones que iluminaban las tiendas, sino también por sus calles, que estaban completamente empedradas. Allí fue donde desarrollé mi particular gusto por caminar, y también allí nació mi devoción por entregarme a las ciudades que te permiten gastar zapatos.
El boulevard de Sabana Grande tenía como veinte cuadras tan anchas, que nos hacía sentir que en esta ciudad había espacio para todo. A lo largo y a lo ancho de la calle se distribuían todo tipo de cafeterías, puestas al aire libre, donde podías ver gente jugando ajedrez, discutiendo algún libro de moda, pintando, encontrándose, enamorándose o simplemente disfrutando de un riquísimo café. El clima era perfecto para cualquier emoción que estuviera en el aire. Incluso para muchos inmigrantes era el encuentro de dos mundos, el mejor estilo europeo con la frescura de América. Qué más se podía pedir… Además como prueba de que el cielo existe, gozábamos de un eterno verano. Así era Caracas, la ciudad donde tuve el privilegio de nacer. Mi abuela y yo siempre encontrábamos el tiempo para disfrutar el ritmo contagioso de una ciudad sana, alegre y suspirábamos ante las impecables vitrinas, que presumían tener todo lo que mandaba el lujo y el confort incluyendo, para beneplácito de los turistas, finísima peletería. Era un lugar que te permitía sentir, pensar, soñar, amar... Todavía hoy me sorprendo al recordar cómo esas vitrinas me contagiaban con esa insaciable sed de tenerlo todo. Siempre mortificaba a mi abuela con cualquier capricho que se me pusiera por delante y nunca faltaban las confesiones de mi último anhelo y ella pacientemente se limitaba a sonreír, mientras me miraba por el rabillo del ojo asombrada de la facilidad que tenía su nietecita, para entrar y salir de una suerte de trance ocasionado por la interminable lista de las cosas que deseaba. Entonces me decía en un tono muy filosófico, casi de advertencia, Cuidado con lo que desees se puede cumplir... Y yo me quedaba sorprendida, porque eso era justo lo que quería, que se cumpliera no sólo ese, sino todos los deseos que salieran de mi corazón, por el resto de mi vida. Ella ante tal insistencia se rendía e inmediatamente buscaba hacia el este de la ciudad. Nada difícil en Caracas porque contamos con una montaña espectacular ubicada al norte, llamada El Ávila, que además de ser nuestra guardiana oficial, nos orienta fácilmente. Esa es la razón por la que en esta ciudad nadie se pierde. Mi abuela como buena caraqueña oteaba el cielo, buscando algo justo en el este, hasta que después de algunos tímidos salticos y pararse con cierta gracia sobre la punta de sus pies la señalaba emocionadísima, como si hubiese encontrado un tesoro. Era una espectacular luna llena, apareciendo entre los edificios y me decía, mientras la señalaba, si tanto lo quieres, pídeselo a ella… Cuando la escuché me pareció que esa sugerencia era más propia de una hechicera que de mi abuela, pero ese detalle lejos de desanimarme, alimentó todavía más las ganas de intentarlo. Así que eso fue exactamente lo que hice y sin proponérmelo mucho también fue el comienzo de mi extraño culto por la luna llena. Dicen que la luna llena puede traer ciertos embrujos para la gente que la contempla. Sin embargo, no existe ninguna teoría científica que pueda demostrar la veracidad de esta premisa. A pesar de esto siempre he sentido, gracias a mi abuela, que hay una extraña fuerza mágica que se desborda justo en luna llena. Si esto no fuera así jamás hubiésemos contado con una de las historias populares más fascinantes, que hemos mantenido desde la tradición oral, como lo es la del hombre lobo. Adoro esta historia no sólo por la fuerza narrativa que le exige a quien la cuente, si no por la contundencia con la que nos señala esa parte oscura que habita nuestro interior. Esto no quiere decir que esta condición que nos habita, sea buena o por el contrario sea mala. Es simplemente oscura. Pienso que son todas esas cosas que reprimimos por no tener el valor, la paciencia o el interés de enfrentarlas. Por alguna razón que desconozco y desde el fondo de mi corazón celebro, la luna llena tiene lo que se necesita para despertar a nuestros demonios, que no son otra cosa que nuestros deseos internos dispuestos a devorarnos vivos.
Eso fue exactamente lo que experimenté hace tres noches, cuando apareció una luna inmensa, casi surrealista frente a mi ventana. Igual a la de aquella tarde cuando estaba vagabundeando con mi abuela, y como si fuera una hechicera me habló de su poder. Entonces en vez de correr hacia mi cama y refugiarme en la seguridad de un sueño reparador, que para colmo me iba a ser de más utilidad al día siguiente, por la cantidad de trabajo que tenía pendiente. Me quedé allí parada, contemplándola, buscándole pelea. Corrí para abrirle la puerta del balcón, sabiendo en lo que me estaba metiendo y la invité a pasar. Cerré los ojos, abrí mi corazón y le susurré mi deseo con todas mis fuerzas. No hizo falta más. Algo en mi interior sabía, tenía la certeza que estaba concedido. Ahora tenía una sola cosa que hacer, esperar y eso fue exactamente lo que hice.

Al día siguiente me desperté bien temprano, casi de madrugada. Algo muy raro en mí, lo confieso. Puedo hacer cualquier cosa en esta vida, menos levantarme temprano. Es el mal que sufrimos todas las criaturas de la noche, los seres noctámbulos, que encontramos en el silencio de la noche una especial complicidad. A pesar del esfuerzo que hice para levantarme, me atrapó el tráfico infernal que sufre esta maltratada ciudad y aún así, por una vez, llegué a tiempo a la agencia de publicidad. Allí estaban todos mis compañeros, sentados en la mesa destinada a las reuniones donde se presentan los proyectos, con sus blackberryes sonando y sus interminables tazones de café, mejor conocidos como mugs, que a diferencia de nuestras coquetas y tímidas tacitas de café, los mugs parecen contener más que un sabroso brebaje, una medida de tiempo.
¿Qué haces tú aquí tan temprano? ¡No son ni las ocho de la mañana! ¿Le pasó algo a Kennedy? Me preguntó Miguel con su simpático sarcasmo. Cerré los ojitos con cierta picardía y le respondí Dejé a Kennedy ronroneando en mi cama
El resto del grupo celebró el ánimo con que empezó la mañana soltando una buena carcajada que nos servía para liberar la tensión que habíamos acumulado desde hace una semana y enseguida nos sentamos a revisar todo lo que habíamos hecho hasta el momento.
El proyecto publicitario que nos había asignado el Banco, nuestro principal cliente, era muy interesante. Se trataba de hacer una campaña que comunicara todos los beneficios de un banco, además de una manera original. Cada vez que un cliente me pide algo original, me asalta una extrema urgencia por preguntarle cuál es su concepto de originalidad. En vez de eso me muerdo la lengua y de esa manera no corro el menor riesgo de romper ninguna norma del protocolo. A pesar de esto debemos darle gracias a Dios que todos en la agencia tenemos muy claro que la originalidad es nuestra razón de ser. Nos ganamos la vida explotando lo que algunos neurólogos llaman el pensamiento paralelo. Desafortunadamente, los clientes suelen olvidarlo y dentro de sus múltiples exigencias la originalidad es un requisito que encabeza la lista de sus peticiones. Es como pedirle a un fabricante de la industria automovilística que el carro ruede.
En vez de quedarme rumiando las palabras del cliente y perder un valioso tiempo consolando a mi ego, vi en esta campaña publicitaria la oportunidad de consolidar mi nombre dentro de la industria y expandir mis horizontes. Desde hace tres años esa palabra me sonríe, expandir, expandir, expandir… Qué extraño no puedo ni siquiera pensar en esta palabra sin abrir los brazos. Debe ser una experiencia muy prometedora. Empecé entonces afinar mis sentidos, como si fueran una suerte de instrumento musical a punto de ser tocado, a cambiar de piel para convertirme en lo que necesitara convertirme para finalmente vencer y vivir mi propia expansión. El objetivo estaba claro y después de desechar muchas ideas, pensé en crear una comunicación en la que los valores de la marca llegaran más por inspiración que por repetición. Parecía un buen punto de partida. Me levanté de la mesa a premiarme con un buen café y llamé la atención del resto de mi equipo, que al igual que yo sentía la presión del tiempo aplastando sus hombros.

¿Qué les parece si jugamos con un símbolo que represente el espíritu de una época, que refleje los estandartes, los valores que hoy construyen nuestro universo como los derechos humanos, igualdad de oportunidades para todos, libertad, pero por encima de todo conquista, porque la conquista implica riesgo. Todo un tema en asuntos de dinero.
Entonces empezamos a tirar infinitas ideas sobre la mesa, que íbamos colocando en una pizarra como si fueran piezas de rompecabezas, hasta que finalmente apareció lo que andaba buscando, una buena excusa para perderme en la vida de un hombre que siempre vivió dos veces, una para la vida, otra para los sueños y eso lo convirtió en un ser absolutamente exquisito: John F. Kennedy.
Ya habíamos encontrado el protagonista de la campaña y para mi total sorpresa no tardé mucho en descubrir que de mi vida también

Llegué a casa temprano con unas inmensas ganas de consentir a Kennedy. Un extraordinario silvestre domesticus que tiene el arte de alegrarme la vida.
Me sumerjo en Aqua Viva, algo que inventé años atrás para vencer al cansancio. Es el baño más vigorizante que mortal alguno pueda disfrutar, y rendida, en un perfecto estado de relajación pensé en qué parte de la vida de Kennedy me hubiese gustado compartir. Sin duda como la esposa nunca. Tengo que admitir que Dios me dotó de muy poco talento para sufrir. Superar a Jacky era otra historia, una tarea que me tomaría la vida entera. ¡Qué desperdicio!
No había terminado esta reflexión cuando sentí un intenso escalofrío que recorría toda mi espalda. Algo me envolvió como un hechizo y de pronto el aire se impregnó con un aroma sublime, en el que se diluían la intensidad de la madera, el limón y el jazmín. Giré mi cuerpo muy lentamente y lo vi. Allí estaba, parado frente a mí el hombre que había hecho de América su propio Camelot.
No podía creer lo real que era esta visión. Lo joven que lucía. Sobre todo porque John F. Kennedy ya era todo un personaje cuando yo todavía me mojaba en las aguas de mi primera infancia. Ni hablar de la belleza de este hombre, me resultaba casi ofensiva.
Me quedé en blanco, no podía articular una sola palabra tratando de ponerle una camisa de fuerza a toda esa locura que tenía parada frente a mí. Entonces escuché su voz…, y la cabeza ya no me daba, ni siquiera para ordenar las palabras y entender lo que me decía.
Definitivamente estaba muy confundida y lo peor de todo es que tenía verdaderas razones para estarlo.

Él no me quitaba la mirada de encima y de pronto me pareció ver que sus ojos, sus maravillosos ojos, estaban llenos de risa. Entonces recuerdo que respiré profundo y allí fue que pude preguntarle con un hilo de voz
¿De dónde vienes del cielo o del infierno?
Soltó una carcajada que sirvió para sentarme de golpe en una pequeña silla que hasta ahora sólo había usado para poner cosas que no tenía donde ubicarlas.
Se tomó un instante y con mucho aplomo me contestó
No hay ninguna diferencia entre el cielo y el infierno. Están hechos de la misma sustancia…
Su respuesta terminó de romper el hielo y el camino que estaba tomando la conversación me pareció tan interesante que en un segundo recuperé la seguridad en mi misma. Sin el más mínimo temor le devolví la pelota y le pregunté
¿Qué sustancia es esa?
Con una energía totalmente desconocida por mí hasta ese momento, me sonrió y me dijo con toda su gallardía, el amor.
Su respuesta me dejó sin aliento. Obviamente mis inquietudes históricas quedaron hechas trizas. Después de escuchar algo así con qué cara iba a preguntarle por qué había perdido Bahía de Cochinos o cualquier otra imbecilidad que podía encontrar en un buen libro de historia. El tema que estaba sobre la mesa era sin duda, mucho más trascendente, más épico, por lo que no tuve ninguna duda en seguir halando el hilo de ese carrete
El amor siempre fue tu bandera. La cargaste sobre tus hombros cuando luchaste por la igualdad de todos los ciudadanos sin importar que fueran negros, latinos o inmigrantes. Siempre tuviste una especial sensibilidad por los menos privilegiados.
Me resulta difícil entender cómo llegué a sentirme tan cómoda hablando con él, al punto que me permito una carcajada, alcanzo una toalla mientras me pongo la bata. Me acompaña hasta la sala y con un toque de picardía le comento
Por cierto te sorprendería saber quién es el actual presidente de tu amada América.
John me devuelve la misma picardía
¿Un demócrata?
¡Mejor que eso! Un demócrata afroamericano.
Entonces veo como su rostro se ilumina, acerca una butaca y se sienta disfrutando el momento,
Vaya quien lo hubiera pensado… Cómo ha crecido América!!!
Me encanta ver como goza el momento y sin ánimo de interrumpir su éxtasis le pregunto
¿Qué fue lo que te hizo ser tan grande?
Morirme a tiempo.
Suelto otra carcajada
Perdona pero no estoy de acuerdo con eso...
Hay una herencia tuya que la uso cada día como mi piedra filosofal: “Nunca preguntes qué puede hacer tu país por ti. Pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”
Creo que con eso lograste algo muy importante, le cambiaste la mentalidad, la cultura, la forma de pensar a mucha gente. Les enseñaste que el mayor don que puede tener una nación es querer dar en vez de recibir. Ese es el secreto mejor guardado de todos aquellos que saben manejar el poder. Ese legado fue maravilloso.
Brindo por eso.
Nos quedamos quietos, en un cómodo silencio. Me levanto y voy hacia la cocina. John camina detrás de mi impregnando el aire con ese aroma que invita a pecar. Por Dios ¡que rico huele este hombre! Siento cómo me va anestesiando la voluntad.
Abro la nevera, saco un delicioso Carmeniere, mientras el me pasa dos copas, descorcha la botella con un garbo que difícilmente se puede superar y sin poder contenerme le comento
Nunca vi a nadie descorchar una botella así. Pareces más italiano que americano
Como americano soy un desastre
Nos reímos un buen rato. Sin duda ese es el tipo de hombre con el que cualquier fémina se permitiría cometer una locura, sin ningún tipo de remordimiento. Además quién iba a estropear un momento como ese con algo tan medieval como el remordimiento. Lo cierto es que por alguna razón los dioses habían besado mi mejilla, al regalarme esta experiencia y yo ya empezaba a creer que me la merecía.
Después de fundirme en su mirada, me permito un respiro. Esa bocanada de aire me rescata y sin ningún recato trato de inmiscuirme en sus amores, pero de una manera tan intelectual que yo misma me doy asco
¿Después de haber amado a tantas Diosas encontraste el camino de la iluminación?
Lo sigo intentando… El amor lo es todo, si mantienes esa llama viva tendrás la fuerza que necesitas para merecer el mejor secreto de la vida.
Termino el último sorbo de vino que queda en mi copa, mientras pienso en la fuerza de su mensaje. Una fuerte brisa golpea la puerta del balcón. Dejo la copa y corro a cerrarla, en ese momento escucho una antipática alarma. Son las seis de la mañana y apenas tengo una hora para salir a trabajar.

Pasaron semanas sin que hubiera en mi vida alguna novedad. Eso era lo más terrible que le podía pasar a alguien que vivió lo que algunos llamarían un encuentro cercano de tercer tipo. Cada día me levantaba con unas infinitas ganas de no tener ganas de revivir esa experiencia, pero todo lo que intentaba era inútil, clases de yoga, meditación dirigida, hasta los más increíbles masajes fueron a un saco roto. Nada me hacía sentir bien, nada me completaba. El colmo fue que casi cambié de religión con la fe de que un nuevo rosario me iba a devolver la razón. Pero nada de eso pasó. Estaba completamente perdida en ese desquiciado deseo: volverlo a ver. Y lo más triste de todo fue que el único Kennedy que aparecía de cuando en cuando por mi casa era mi gato.
¿Qué clase de conjuro lo había traído hasta mí? ¿Cómo podía resolver el misterio? Todo lo que pensaba era inútil. No me llevaba a ninguna parte. Lo único que me rescataba era la campaña publicitaria en la que estaba trabajando y como si fuera un castigo, el corazón de la campaña también era él. Entonces con la voluntad que me caracteriza, me concentré sólo en eso y le puse tanto entusiasmo, que ningún integrante de mi equipo pudo seguirme. Se volvió parte de la obsesión. Por lo menos tenía que reconocer que había algo positivo que actuaba a mi favor, el deseo que motivó toda esta locura de ganarme un premio para expandir mis horizontes, iba viento en popa. Ese pensamiento me hizo feliz. En ese momento mi mente se detuvo y se concentró en el último pensamiento que me había abordado, el deseo de expandir mis horizontes… De pronto sentí cómo se me cortaba el aliento. Empezaba a ver luz… ¡De eso se trataba! Eso era lo que había pasado, nos habíamos expandido a una dimensión totalmente desconocida. Sin embargo a pesar de mi esfuerzo al relacionar mi insólito encuentro con John Kennedy y la física cuántica me dejaba varada en el mismo sitio. La emoción de victoria no me duró mucho. Ese último atajo que había tomado con la física cuántica era algo difícil de entender, pero imposible de llevar a la práctica. Tenía que volver a empezar. Sin duda faltaba un elemento para encender la chispa que había expandido toda esa magia y mi tarea era descubrirlo. En ese preciso instante otra inquietud me tomó por asalto…,y si yo no tuve nada que ver. Si mi parte sólo consistía en estar allí lo suficientemente quieta, abierta como para facilitar el paso y que todo eso sucediera. Mi angustia empezó a crecer. No me podía resignar a no descubrirlo nunca. La alarma del celular me sacó del trance en el que estaba y me horroricé al darme cuenta de lo tarde que era, estaban por cerrar el estacionamiento y ya no quedaba nadie en la oficina, salvo Yolanda la señora que limpiaba, que por alguna razón ni siquiera notó mi presencia.
Para mi sorpresa el camino de regreso a casa estaba completamente despejado y en vez de distraerme con la gente, como usualmente lo hacía, voltié la mirada hacia dentro, a mi interior. Entonces empecé a disfrutar de una manera nueva, totalmente diferente la brisa fresca de la noche: algo se había renovado en mí y por alguna extraña razón me sentía mucho más ligera, era como si hubiera dejado todos mis pesares olvidados en algún cajón de mi escritorio y en ese momento no pude evitar pensar en Yolanda, la señora que limpia y rogué porque no se le ocurriera tocar mi escritorio, no fuera a ser que se le escapara algún tormento mío y me alcanzara justo llegando a casa. La preocupación no me duró mucho, porque algo en mí sabía, tenía la seguridad de que nada podía echar a perder ese maravilloso instante. Ahora que lo pienso, me pregunto por qué tardamos tanto en descubrir este maravilloso goce, si nos ha acompañado siempre… ¿Por qué nos costará tanto escuchar su voz? Qué importa… Lo único que podía reconocer en ese instante era que por primera vez en muchos días estaba sonriendo, sintiéndome plena, feliz. Será que la gravedad se concentraba en los malos pensamientos y cuando decidimos tener una mente mucho más ligerita, la gravedad se va desentendiendo de nuestro cuerpo. Por eso hay gente que parece tener los pies ligeros.
Estaba llegando a casa cuando sentí cómo si una ráfaga me agujereaba todo el cuerpo. Sin duda era su perfume. Me resultaba imposible no reconocerlo. En una sola inhalación traté de llenar todo mi ser con su esencia y por un instante creí que todos mis sentidos iban a estallar. Qué sensación tan divina; era algo así como una juguetona corriente eléctrica que me subía y me bajaba recorriendo todo mi cuerpo. Traté de correr pero me fue imposible, así que me conformé con apurar el paso. Cuando entré a la casa me extrañó verla tan vacía, pero no tuve tiempo para detenerme a revisarla, porque lo que realmente me importaba era él, tenía que volverlo a ver. Desde ese fantástico encuentro lo único que recuerdo fue desear con todas mis fuerzas volver a estar con él. Mi mente, mi cuerpo y mi alma estaban intoxicadas de John F Kennedy y al parecer no tenía remedio.
De pronto vi una luz plateada que lo iluminaba todo, era la misma luna que nos acompañó esa noche; el corazón se me llenó de nostalgia al revivir los mismos aromas, la misma atmòsfera que recordaba de esa noche. Todo era exactamente igual salvo por una cosa, faltaba él. Me senté en la misma butaca en la que se había sentado él y le vi la cara a la luna. Por un momento tuve la sensación de que la luna se estaba dirvirtiendo y la verdad es que ese jueguito, que todavía no sabía jugar,ya me estaba cansando. Me acomodé en la butaca y sin quitarle la mirada a la luna dije el más bello conjuro, que las palabras pueden crear. Había escrito muchas campañas publicitarias, técnicamente había vivido de las palabras, conocía su poder, sabía que si se tenía la inspiración para ordenarlas y la emoción para decirlas, todo estaba dado, ni la magia podía resistirse. Los árabes han sido muy sabios al reconocer su extraño poder. Ellos le tienen tanta fé a la palabra que cuando insultan a alguien, el agredido se agacha, para defenderse de las palabras hirientes como si se tratara de navajas afiladas, capaces de cortarles la vida.
De pronto me volví a llenar de bienestar, ya no estaba sola, una bella melodía que se escapa de algún balcón vecino me hacía compañía, se trataba de la más increíble versión que jamás había escuchado de Serenata a la Luz de la Luna. Me tomé el tiempo para disfrutarla, cuando sentí sus manos en mi piel. Lo único que puedo decir es que ese momento fue absoluto. Por primera vez supe lo que era tenerlo todo. Ese momento fue tan inmenso que me desbordó. Ahora sé que la felicidad mata, se necesita una cierta preparación espiritual, física y mental para sobre llevarla sin que nos ocasione ningún daño. Con razón la felicidad absoluta no le llega a todo el mundo, sólo está reservada para los seres más evolucionados, dentro de los cuales lamentablemente nunca figuré.
Lo que experimente fue tan intenso que sentía que todo mi ser se hundía.
Como si la gravedad se me hubiera volteado y ahora tenía diez veces el peso de mi cuerpo sobre mí. La emoción era tan fuerte que el aire no me llegaba, la experiencia se me hacía cada vez menos respirable. Entonces en ese instante recordé las palabras de mi abuela cuando me dijo:”Cuidado con lo que desees se puede cumplir”,
sería el deseo el que me estaba asfixiando, el que me estaba vaciando la vida.
A lo mejor esa era la mejor explicación de lo que me había pasado todo este tiempo, lo que me había estado anulando, pero ya no me sentía vacía todo lo contrario me sabía completamente llena. Estaba feliz y son los momentos felices los que nos llenan de vida. Nunca me había sentido tan viva. Junté todas mis fuerzas para levantarme de la butaca, fui a mi cuarto y también me extrañó verlo, porque estaba sorprendentemente vacío, lo caminé en silencio y fue cuando lo entendí todo:
Llegué hasta el espejo, necesitaba verme, reconciliarme conmigo misma, con lo que recordaba de mí misma. Pensando en eso hice un esfuerzo sobrenatural por intentar dejar a la interperie una esquinita del espejo, que ahora estaba cubierto por una sábana vieja.
Lo que vi no fue fácil de aceptar porque esa imagen no tenía nada que ver conmigo. No me reflejaba en nada, no era ni remotamente lo que yo recordaba de mi misma. Pero ¿hace cuánto no me veía en un espejo como para resultarme completamente ajena, tan irreconocible?
Me invade un profundo silencio. Me tomo el tiempo que necesito y vuelvo a mirarme otra vez. Entonces lentamente empiezo a sentir familiaridad con el tenue reflejo del espejo, reconozco algunos rasgos de mi rostro pero no como fui, sino como soy ahora, el fantasma de mi misma.
 
Marzo 2008 | Diseñado por anita